El grito de millones de españoles el sábado pasado en todas las
ciudades importantes del país contra esa guerra que se prepara a
espaldas de la ONU en Irak ha debido calar hondo en un Gobierno
que, hasta ahora, ha prestado escasa atención a cualquier postura
contraria a la suya.
Hasta Josep Piqué admitió ayer que la decisión gubernamental de
secundar las tesis de Washington puede tener un coste político
importante para el PP. Ya lo vimos el sábado, ciudadanos de todas
las tendencias políticas, y muchos votantes y militantes del PP, se
daban cita en las calles para caminar tras la pancarta del «No a la
guerra», una opción, la de la paz, que no debe entender de
ideologías ni de partidismos. De todos modos, es obvio que no todos
los manifestantes estaban de acuerdo con todas y cada una de las
pancartas. Incluso muchos discreparon del contenido del manifiesto
leído. Estaban de acuerdo sólo en lo sustancial: el rechazo a la
guerra.
No obstante, tiene razón Piqué en temer una desbandada de votos
«centristas» hacia otras opciones o, simplemente, hacia la
abstención, si sumamos las principales noticias que han azotado
nuestro país en los últimos meses: ralentización de la economía,
aumento de la delincuencia, crisis del «Prestige» y ahora la crisis
de Irak.
El presidente José María Aznar tampoco ayuda mucho en ese
sentido. Hoy tiene una nueva cita en el Congreso para explicar su
postura y lo hace a petición propia. Pero acudirá a ese foro de
todos los españoles sin admitir preguntas ni ofrecer respuestas.
Sencillamente, se limitará a manifestar su posición sin propiciar
el necesario debate en una situación en la que, ya se ha visto, la
gran mayoría de los españoles se siente implicada. Habrá que
esperar a ver qué talante despliega Aznar, para calibrar si hay
algún cambio, aunque sea leve, a favor de la opinión mayoritaria
del pueblo.
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