Los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA), que
miden la actividad laboral en el país, no inducen precisamente al
optimismo. Y no sólo porque ponen de relieve aspectos tan
preocupantes como que España es el país de la Unión Europea con más
desempleo y en el que más ha crecido el paro en el último año -el
12%, el peor dato de variación interanual de los últimos diez años,
sino por la situación que traducen. Siendo en sí grave que casi un
cuarto de millón de españoles se quedaran en paro en el 2002, aún
resulta más serio el constatar que no se ha aprovechado el
crecimiento económico de años anteriores.
Dicho de otra manera, se puede establecer que en gran medida ese
crecimiento no ha generado empleo porque no se ha basado en una
inversión duradera. Hoy, el 11'45% de la población española no
tiene trabajo porque no se ha sabido rentabilizar un período de
bonanza sin igual. Es bien cierto que fruto de los pactos sociales
se ha dado un aumento de la «calidad» del empleo, reflejado en el
mayor número de contratos indefinidos firmados.
Elo, no obstante, se ve obscurecido por el hecho de que nos
encontremos con 2.400.000 ciudadanos en edad laboral que no
consiguen acceder al mercado de trabajo. Lo que supone, por así
decirlo, un formidable desperdicio de una fuerza laboral
francamente importante. Aquí, no se ha fomentado en la medida que
era necesaria la inversión pública, ni tampoco la privada,que son
las que a larga garantizan la creación de puestos de trabajo
estables. Y en este sentido no es preciso ser un experto para
colegir que el Gobierno está obligado a dar un giro en su política
económica. De no hacerse así, viviremos la paradoja de tener una
economía que, junto a datos que nos sitúan entre los países más
adelantados, presenta otros propios de países en franca
recesión.
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