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Cualquiera que se asome a la ventana de la realidad sabe que persisten las desigualdades entre hombres y mujeres. Basta echar un vistazo a las listas del paro para comprobar cómo el desempleo castiga más duramente a las féminas, que, aunque consigan un puesto laboral, estarán peor tratadas que sus compañeros varones.

Pero no acaba ahí la diferencia. El hogar sigue siendo el feudo de la mujer, especialmente en lo que a obligaciones y cargas se refiere -el cuidado de niños, ancianos y enfermos es una «exclusiva» secular del sexo femenino-, y eso en el mejor de los casos, porque en el peor se convierte en una prisión en la que el maltrato no es una excepción.

Así las cosas, se plantean varias iniciativas políticas tendentes a paliar esta situación. Desde algunos partidos en Balears se proponen las listas paritarias como medio simbólico y quizá efectivo en ciertos casos para abrir una brecha en favor de la igualdad de oportunidades.

Y en Madrid el Gobierno retoma su inteción de hacer políticas de centro aprobando un nuevo plan de igualdad que se desarrollará en los próximos cuatro años con una prioridad clara: controlar la escandalosa diferencia salarial que aún persiste en muchos empleos y combatir el acoso sexual en el ámbito laboral.

De hecho, cualquier medida que se adopte, en el campo que sea, tendente a mejorar estos déficits debe ser acogida con satisfacción, tenga el color que tenga el partido que las promocione. Todas ellas repercutirán para bien en el acceso de la mujer a la total igualdad con el hombre. Una tarea que llevará años y que debe asentarse, siempre, en un esfuerzo educativo para que las generaciones venideras puedan liberarse de lacras como el maltrato o el machismo tan vigentes aún hoy en día.