La campaña electoral toca sus últimos sones dejando tras de sí
un regusto agridulce ante el cariz de descalificación constante y
ataque personal al rival que ha ido tomando. Tratándose, como se
trata, de una contienda por los municipios y las autonomías, poco
se ha hablado de las necesidades y preocupaciones reales de los
ciudadanos y sí mucho de la guerra de Irak, del «Prestige» y, sobre
todo, del problema vasco, que poco o nada debe importarles, por
ejemplo, a los ciudadanos de Tenerife.
Pero no debemos olvidar que dentro de diez meses volveremos a
estar en las mismas, por lo que es de prever que la campaña
electoral que acabamos de sufrir se prolongue indefinidamente de
aquí a 2004, cuando lo que se pone en juego sea La Moncloa.
Por fortuna, en Balears hemos sido capaces, en buena medida, de
despegarnos de esa batalla entre titanes para centrarnos en asuntos
domésticos que nos tocan mucho más de cerca. Problemas como el
turismo, la vivienda, el transporte público, la inseguridad
ciudadana, la inmigración, el sistema educativo y sanitario, el
régimen especial y hasta el modelo de ciudad al que aspiramos han
logrado colarse entre las propuestas electorales de los candidatos
por encima de rencillas grandilocuentes que afectan de lleno al
Gobierno central.
Quedan, pues, los últimos mítines y los intentos postreros de
convencer al que todavía duda. La mayoría debe tener ya claro a
quién otorgará su confianza para los próximos cuatro años y, para
el resto, está la jornada de reflexión. El domingo, después de dos
semanas frenéticas, llegará la hora de la verdad. Aunque en buena
parte de los casos, la verdadera sentencia la dictarán los pactos
postelectorales, de forma que la incógnita tardará todavía en
despejarse.
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