TW
0

Arabia Saudí ha sido escenario de sangrientos atentados perpetrados por terroristas de Al Qaeda, el último de ellos en la noche del sábado con una cifra de once muertos. El país, principal aliado de los Estados Unidos en el Golfo Pérsico, también ha sido caldo de cultivo para la mayor parte de los terroristas que intervinieron en los fatídicos atentados del 11 de septiembre en EEUU.

Cualquier acción de la organización terrorista en aquel Estado puede actuar como un nuevo golpe en el difícil equilibrio que mantiene la monarquía saudí entre el aliado americano y los países árabes. Es evidente que los estrategas de Al Qaeda saben bien que los atentados allí pueden contribuir a debilitar una alianza que tiene décadas pero que no atraviesa precisamente por uno de sus mejores momentos.

Pero no puede dejarse de lado el hecho de que se trata de acciones de terror y coacción y que, como siempre, quienes se han llevado la peor parte son víctimas inocentes, algunas de ellas niños. Evidentemente frente a estos hechos no cabe más que la condena enérgica y la repulsa de cualquier acción que implique acabar con la vida de seres humanos.

Claro que también es preciso reflexionar no ya sobre las condiciones de seguridad en los países del Golfo tras la guerra de Irak, sino además sobre el futuro árabe y, muy en especial, de la cuestión palestina, cuestión siempre presente en las argumentaciones del terrorismo integrista islámico. No sería en absoluto razonable que Estados Unidos adoptara un posición de firme defensa de Israel, como es habitual, sin tener en cuenta que tanto Sharon como Arafat debieran dar su mano a torcer para avanzar por el camino de la paz. Y otra evidencia que hay que poner sobre la mesa es que la acción militar no es la mejor para poner fin al terrorismo. Eso requiere de la acción policial conjunta y del establecimiento de medidas jurídicas que permitan a la comunidad internacional acometer con garantías una lucha sin cuartel contra los violentos.