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«Quiero recordar a todo el mundo, a todos los mallorquines, lo que pasó en mi país. Que no se olvide», decía ayer en Palma Yuriy Solovey, inspector de seguridad de la central nuclear de Chernóbil desde 1992 y jefe de protección anti incendios de la misma entre los años 1995 y 1999, para recordar la catástrofe que vivió hace 18 años Ucrania y que marcó un hito en la seguridad nuclear.

Hace dos años que Yuriy Solovey, de 52 años, está pendiente de conseguir los papeles de residencia en España, mientras llegan, «sobrevive» como un inmigrante más con su pensión de militar. Uno de los numerosos inmigrantes de Europa del Este que reside en la Isla y que hoy es testigo de primera mano de lo que significó la explosión de Chernóbil: «Hasta que no pasaron tres días y, sólo, por la presión de Finlandia y Occidente, nadie se atrevió a decir nada a la población.

Es más, nos obligaron a participar en el desfile del Primero de Mayo con nuestros hijos y mujeres, mientras los funcionarios se llevaban a sus familias de la ciudad», comentaban Yuriy y su acompañante, Serguey Polekh: «Ni siquiera ahora, 18 años después de aquel 26 de abril de 1986, han contado la verdad». La explosión de Chernóbil marcó un antes y un después en materia de seguridad de las centrales nucleares: «La energía atómica que se liberó superó 500 veces la que provocó la bomba de Hiroshima, tantas veces recordada», decían.

«A los ciudadanos de Chernóbil el Estado les pagó 10.000 rublos, una cantidad ridícula, para volver a empezar. Atrás dejaron sus casas, enseres, ...¡Hasta las gafas tenían radiación!». Yuriy llegó a Chernóbil destinado como inspector de seguridad: «Porque lógicamente el protocolo de seguridad continuó y continúa, no hay que olvidar que aunque la central fue cerrada definitivamente el año 2000, todavía quedan 180 toneladas de material radiactivo en la central. La vigilancia y la seguridad son fundamentales. No se cierra una central nuclear como quien cierra una fábrica», apuntó.