La playa de Ciutat Jardí, ayer, jornada electoral europea, estaba
repleta de bañistas. Y de suciedad. «Esto es una vergüenza», nos
decía un matrimonio de jubilados sentado debajo de la sombrilla
presto a compartir con otra pareja la comida. Y sí, lo estaba. Y
mucho. ¡Porque para qué vamos a decir lo contrario, si era un
clamor! Porque lo de las elecciones era otra cosa. Aunque había
cierta división de opiniones, la mayoría se inclinaba por que «hay
que votar». Incluso estaban de acuerdo con ello Francisca, Toñi y
Marga, pese a que iban a hacerlo.
«No hay derecho que a los que forman parte de la mesa electoral
les priven de un día de descanso y encima les paguen una miseria
-comentaba una de las amigas, en alusión a otra que en esos
momentos estaba en una de esas mesas-. «Lo suyo es que las mesas
las formaran los funcionarios». Marga y Fani, de Establiments,
tumbadas en la orillita del mar, con la arena repleta de suciedad a
escasos centímetros de sus toallas, nos decían que «aún no hemos
votado; lo dejamos para la tarde. Hemos venido a la playa por los
críos».
Por su parte, ni Andrea ni Néstor iban a votar. «No estamos
inscritos», nos decía aquella. «Pero es bueno que la gente vote».
Tampoco los Cárceles Sánchez y los Hernández Prieto habían votado,
«pero iremos por la tarde, después del baño, eso si el día -la
mujer señaló hacia el cielo- no se fastidia. ¿Que por qué vamos por
la tarde? Porque si lo hiciéramos por la mañana, queriendo venir a
la playa, hubiéramos tenido que madrugar mucho». Así que, aclarado:
cada cosa a su tiempo.
Prieto
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