El «mercadet de Nadal» de la Plaça d'Espanya estrena look.
Casetas nuevas, alineadas una frente a la otra, unas en paralelo,
otras también en paralelo pero formando ángulo recto. Son casetas
blancas, con un pequeño toldo, y con el anagrama de Cort en su
parte frontal. Muy bonitas a simple vista.
También hay otra cuestión en la que prácticamente todos están de
acuerdo: que este año la vigilancia por parte de la Policía Local
de Palma es mayor, lo cual se traduce en efectividad, lo que supone
tranquilidad tanto para vendedores como para compradores y
curiosos.
¿Que qué opinan los vendedores ambulantes que las ocupan? Pues
que, en líneas generales, están bien, aunque con ciertas
matizaciones que veremos a continuación.
Por otra parte, les contamos que en este «mercadet», que todos
los que venden en él consideran «una gran familia» dado «el buen
rollo» que hay entre unos y otros, venden gentes de distintas
nacionalidades. Puede que la que más, senegaleses, seguidos, en
segundo puesto, por los españoles y, a partir de ahí, en menor
número -y salvo error u omisión-, argentinos, marroquíes,
argelinos, uruguayos, chilenos y peruanos, sin olvidar a un
mallorquín-musulmán.
Isabel Segura, mallorquina, se cansó un buen día de que su jefe
la mandara y decidió independizarse montando un puesto de venta
ambulante, que ahora comparte con el chileno Andrés, natural de
Santiago, de donde se vino por la cuestión monetaria -hace un
gesto: frota el pulgar contra el índice-, «en mi país no hay clase
intermedia, o eres rico o eres pobre, así que me vine a Mallorca».
Dicen que todavía es pronto para evaluar cómo están yendo las
cosas.
Mirta y Jorge son matrimonio, argentinos, aunque con residencia
en Mallorca desde hace años. Confiesan que están contentos con el
sitio y con el puesto, así como con la vigilancia policial.
Amadou Gueyé es senegalés, de Saint Louis. Vende artesanía de su
país. Para él, el problema de este mercadillo «es que cada día,
cuando cerramos, debemos recoger todo y llevárnoslo a casa. Esto no
es seguro de noche. Por otra parte -señala hacia el techo-, cuando
llueve, nos mojamos». Por lo demás, bien.
Su compatriota Sall Modou, de Dakar, vende juguetes. Habla bien
español, lo que denota que hace años que vive en Mallorca. Para él,
está bien. Hay vigilancia y la cosa se suele animar en los fines de
semana.
Omar es argelino. Está montando su puesto y nos dice que su
religión no le permite que le hagamos fotos. «Fotografíe, si
quiere, el puesto». ¿Que cómo va el negocio?, preguntamos. «Como
todos los años, espero que bien».
Jaume Ramón, mallorquín y musulmán converso, vende ropa y
complementos. Cuenta que las ventas, de momento, son flojas. «El
puente apenas se ha notado, señal de que hay poco dinero; algunos
lo achacan al euro». En cuanto a cómo es el nuevo puesto, dice que
le gusta.
Hubiéramos querido hablar con Yumandu Fernández, uruguayo, pero
su hermano, Horacio, recién llegado a Mallorca y con apenas
experiencia en mercadillos, nos dijo que no estaba, que «vendrá por
la noche, sobre las 7». Así que preguntamos a su compatriota Luis
May, de Montevideo, donde trabajaba de joyero. Desde el 90 está en
Mallorca, «primero trabajando como joyero y desde hace unos años en
los mercadillos». Dice que le gusta cómo ha quedado el «mercadet»,
pero matiza: «Los puestos tendrían que estar mejor preparados para
la lluvia, pero en líneas generales hemos mejorado».
Claudia Pezo es de Cuzco, Perú, «aunque vivo en Palma desde hace
18 años». Es artesana, por lo cual deducimos que es autora de
algunos de los objetos que vende en el puesto, entre otros,
colgantes y pipas, algunas muy curiosas. «Nos han hecho un mercado
que está a la altura de los mejores de Europa -dice con
satisfacción- y encima no nos ha costado nada». Y respecto a la
seguridad, también está contenta.
Pedro Prieto
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