Recientemente nos hacíamos eco de un nuevo caso de suicidio
juvenil que parecía tener relación con la violencia en el ámbito
escolar, después de que tan espeluznante asunto saltara a las
primeras páginas de la actualidad a raíz del dramático caso de
Jokin, en el País Vasco. Hoy volvemos sobre el tema, para alertar
de una situación que, según parece, empieza a tomar forma también
en nuestro entorno. Un estudio realizado en Balears desvela la
densidad de este problema en nuestros colegios e institutos. Si
bien el grado de violencia resulta todavía suave -la mayoría sufren
insultos, motes o son ignorados-, es necesario llamar la atención
para prevenir que todo esto empiece a crecer y se alcancen niveles
más preocupantes.
Todos estamos de acuerdo en que el bombardeo constante de
imágenes y actitudes violentas en los medios de comunicación
-televisión, videojuegos y cine se llevan la palma- provoca en los
niños y adolescentes una «normalización» de este tipo de
situaciones, que son asumidas como parte de su vida cotidiana. No
debe extrañarnos, pues, que las reproduzcan en su entorno más
inmediato.
Pero luego está el papel de la familia, más importante que el
ámbito escolar en cuanto que es la primera y más temprana
referencia para el niño. Habría que ver cuál es el ambiente
familiar de esos chicos acostumbrados al insulto, a la provocación,
a la humillación.
No esperemos que la comunidad escolar frene estos fenómenos en
solitario. Es en casa donde se adquieren los valores y donde el
niño aprende dónde están los límites y cuáles son los conceptos que
le guiarán en la vida. Si la violencia y el machismo forman parte
de su bagaje cultural y social el resultado está cantado y ningún
profesor podrá evitarlo.
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