Que la costa española ha sufrido una importante degradación -y
como ella, la balear- es una verdad de perogrullo y de ahí que el
Gobierno de Rodríguez Zapatero haya decidido dar un paso valiente
siguiendo el ejemplo francés. Una decisión polémica que, sin duda,
suscitará opiniones a favor y en contra. Porque la idea de comprar
terrenos en el litoral para preservar su virginidad y su valor
paisajístico y ecológico no es nueva, pero es, sin duda, positiva
si consigue los efectos deseados. Aunque resultará carísima cuando,
en realidad, debería bastar con promover leyes de protección
ambiental para salvar las zonas más emblemáticas de la costa.
Todos sabemos que el litoral constituye una importante fuente de
negocio, pero de igual modo la costa -y España es un país que
cuenta con muchos kilómetros- es todo un universo de riqueza en
cuanto a belleza paisajística, flora y fauna. Saber cuantificar
cuál de estas dos fuentes de riqueza es más necesaria para una
nación no debería ser un problema cuando llevamos cuarenta años de
turismo que, si bien nos han llevado a superar la secular pobreza
nacional, también nos han dejado unas secuelas lamentables en
algunas zonas concretas donde se ha construido por encima de lo
aceptable.
Es, desde luego, el momento de actuar para preservar lo poco que
queda virgen. La propuesta de Cristina Narbona puede resultar
válida, pero la ministra y su equipo deberían pensar, además, en
emplear la fuerza de la ley para salvar los paraísos naturales que
todavía quedan. Legislar en cuanto a urbanismo, ordenación del
territorio, promoción del turismo y gestión medioambiental son las
armas de que disponemos. Se trata de usarlas con valentía.
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