Al estacionar el coche en el aeropuerto de Sevilla, el contador
de kilómetros señalaba que habíamos recorrido 2.960, y unos metros
más. Siete días antes, en el aeropuerto de Barcelona, las casillas
se habían puesto a cero para empezar a contar desde la primera
vuelta de las ruedas del vehículo que iba a permitir que dos
reporteros de Ultima Hora recorrieran toda la
costa turística de la Península española, desde Roses, casi en la
frontera con Francia, hasta Ayamonte, en la frontera con Portugal
por el sur.
El lamento que se escucha aquí, es el que se siente en todas partes
del recorrido; y hasta la misma discusión de que si «hay que
ofrecer algo más que sol y playa», de que si hay que renovar la
planta hotelera, de que si el «todo incluido está matando la oferta
complementaria», y de que en la oferta complementaria «abunda el
exceso, poca profesionalidad y los precios de descaro en relación
calidad precio»; y por supuesto el tembleque que les entró a todos
cuando vieron que a principios de julio el negocio no arrancaba, el
lanzamiento de ofertas para llenar los hoteles, la falta de
reservas para septiembre, o las reservas de última hora por
Internet, porque por lo menos saben que llenarán las camas, aunque
sea a bajo precio. Y, por supuesto, nadie esconde la preocupación
por los nuevos destinos, que ya habían emergido antes pero que las
guerras aplazaron su eclosión, como es el caso de Croacia, que
parece haberse convertido en el rival más temido, con nueva planta
hotelera, precios bajísimos y amabilidad a raudales, eso dicen.
El objeto del viaje era efectuar una visión panorámica de cómo
son las distintas zonas que entran en competencia directa con el
negocio turístico de Balears, sin pretender hacer un análisis en
profundidad, sólo percibir lo que percibe un turista medio cuando
llega a su destino para unas cortas vacaciones de sol y playa y
algo de diversión por la noche, en los días punta del verano, esto
es, los últimos días de julio y los primeros de agosto.
Lo que tienen las zonas turísticas, salvo algunos, pocos,
detalles diferenciales, es que parecen ser el mismo sitio, o por lo
menos que han sido los mismos los que las han creado, han cometido
los mismo errores, y también los aciertos. Salen perdiendo los
destinos más veteranos, con la planta hotelera más antigua, como
los de Catalunya y la Comunidad Valenciana y parte de la Costa del
Sol, en Andalucía. En realidad, hasta vienen a ser lo mismo que
Mallorca, no por los paisajes, que en esto en las islas sale
ganando, sino por todo lo que tenga relación con el turismo,
hoteles y oferta complementaria; hasta los precios son similares, a
excepción de las zonas más selectas, como Puerto Banús, por poner
un ejemplo.
Ya se ha dicho aquí que la planta hotelera catalana se está
quedando anticuada, pero lo cierto es que este año sonríen más que
el pasado, pues se ha llegado al lleno técnico del 90%, con un
aumento del 6% en toda Catalunya y del 20% en la Costa Brava, a
pesar del aumento del 3% de camas de alojamiento puestas en el
mercado.
Benidorm también registra un 6% superior al año pasado. En la
Costa del Sol se produjo un pequeño susto a principios de julio,
por la caída del turismo británico y la falta de animación del
turismo español, que es el que más gasta por persona y día. En la
segunda quincena de julio se ha llegado al lleno técnico, o casi
lleno y se están lanzando ofertas para la segunda quincena de
agosto. La incertidumbre se centra en lo que pueda pasar en
septiembre. El mes de octubre nadie lo menciona. Finalmente está la
costa de Huelva, que está empezando a darse cuenta de que cuenta
con una de las mejores playas de España, con una longitud, casi sin
interrupción, de 120 kilómetros, y casi en su totalidad formando
vecindario con las áreas naturales de las marismas, desde el Coto
de Doñana, hasta las marismas del Odiel, y más allá si uno se
adentra por el Algarbe en Portugal.
Pero las marismas ya no están solas, porque desde hace algunos
años, la industria hotelera está empezando a cambiar las cosas, y
ya se empiezan a ver las consabidas grúas, símbolo inequívoco de
crecimiento urbanístico, especialmente en Isla Cristina, Punta del
Moral e Islantilla, que es la playa de Lepe, que ya empieza a
parecerse a cualquier otro sitio, pero con edificios nuevos, y con
los viejos que había reconvirtiéndose en tiendas de souvernirs como
todas en las que vender los mismos productos típicos del lugar como
colchones, sombreros de mejicano, colchones neumáticos de vistosos
colores e ínfima calidad, camisetas y variedad de objetos de mal
gusto que tanto suelen gustar a los turistas. En realidad, la costa
de Huelva ofrece una buena playa, con la suerte de que los hoteles
construidos, los que se construyen y los que están en proyecto (y
también los bloques de apartamentos que por ahora son mayoría)
están lo suficientemente alejados de la franja de arena que, por
ahora, es difícil que se produzca esa sensación de agobio y
masificación que sí padecen las zonas turísticas visitadas en este
viaje.
La mayoría son playas urbanas, es decir, que forman el frente
marítimo de la respectiva población, llegando a su estado máximo de
expresión el caso de Benidorm, con sus rascacielos, o Tosa de Mar,
en donde los edificios de apartamentos de gran altura llegan a
formar tal barrera que cuando por la tarde el sol declina, gran
parte de la playa se queda en sombras. A los turistas que acuden a
esas zonas poco parece preocuparles el paisaje. La mayoría lo que
quiere es una buena playa y unos buenos servicios, y los
encuentran, porque todas las playas están bien dotadas según los
cánones que se requiere para ser merecedoras de la discutible
"Bandera Azul", que premia eso, las playas bien urbanizadas y se
olvida de las completamente vírgenes.
En algunas se nota la aportación de arenal. El grueso calibre de
los granos delata que ha intervenido el hombre.
Las peores, al menos en las fechas de nuestro periplo, las de
Marbella, sin que se puedan llegar a considerar malas, pero en
nuestra clasificación particular quedarían en el último lugar, no
en cuanto a servicios, pero sí en calidad de la arena.
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