La situación política en Catalunya ha experimentado cambios
notables tras el acuerdo alcanzado por José Luis Rodríguez Zapatero
y Artur Mas. En la misma medida en que la posición del presidente
del Gobierno se ha estabilizado, la postura de ERC le está
originando serias complicaciones a la formación republicana. Es
lógico. Artur Mas y su discurso moderado han conseguido afianzar la
imagen de un Zapatero más sereno, y, al tiempo, el rechazo de Carod
Rovira a la reforma pactada le sitúa en un rincón del que tiene
difícil salida.
Si nos atenemos al programa, a la ideología y a las aspiraciones
que uno defiende, está claro que el Estatut pactado no se ajusta a
lo que ERC soñaba. Es más, difiere sensiblemente del texto que en
su día remitió el Parlament de Catalunya a Madrid. Por ello,
resulta comprensible la actitud de rechazo de los republicanos.
Pero también resulta difícilmente encajable que, manteniendo este
rechazo, acepte seguir formando parte del Govern de la Generalitat,
en el que las fuerzas políticas que lo integran, a excepción de
ERC, sí defienden el nuevo Estatut. En otras circunstancias la
salida lógica sería la del abandono del gobierno, pero esto podría
entenderse como una cesión que favorecería los intereses de la
derecha.
Otra posibilidad, nada desdeñable, es que acaben por aceptar el
nuevo texto, que siempre será mejor que el anterior y aportará más
autogobierno. Puede que ésta sea la elección final, pero ahí están
Artur Mas y sus cartas, que ha sabido jugar magistralmente. Su buen
entendimiento con Zapatero le pone en primera línea a la hora de
entrar en el Govern catalán. Y, además, está poniendo
constantemente en un brete a ERC en una estrategia que parece
pretender la recuperación del voto nacionalista catalán
arrebatándoselo al sector más moderado de Esquerra. La partida
sigue abierta y sólo el tiempo nos dirá cómo va a terminar.
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