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No está siendo, precisamente, el mejor verano de Iberia. A la huelga de pilotos de hace tres semanas se sumó el pasado viernes otra salvaje de los trabajadores de tierra de El Prat. Cerca de 200 empleados invadieron las pistas de aterrizaje y forzaron el desvío o la cancelación de más de 500 vuelos que afectaron a más de 100.000 pasajeros, justo el primer día en que muchos de ellos comenzaban sus vacaciones y otros regresaban de ellas. Es inconcebible que en pleno siglo XXI se produzca una huelga «por la espalda», sin servicios mínimos y provocando el caos en buena parte del país. La credibilidad de la llamada en otros tiempos «compañía de bandera» está en estos momentos en caída libre y será complicado que vuelva a remontar el vuelo.

La plantilla de tierra de Iberia en Barcelona, formada por 2.500 personas, protestó por la concesión a otra compañía del servicio de handling. Hacer pública esta decisión en vísperas de comenzar el mes de agosto no fue lo más acertado por parte de AENA, aunque eso no justifica, en absoluto, el comportamiento incívico de los operarios de Iberia. Últimamente parece que los trabajadores de esta compañía, privada pero de un evidente interés público, tienen licencia para todo y poco les importan las críticas que puedan recibir de la sociedad y de los medios de comunicación. La cuestión es que utilizando los métodos más agresivos consiguen sus objetivos sin reparar en las consecuencias, demostrando una total falta de solidaridad con los ciudadanos. Los trabajadores de Iberia del aeropuerto de El Prat podrán obtener seguridad en sus trabajos gracias a estos métodos de baja estofa, pero su «ande yo caliente y ríase la gente» les puede salir muy caro. Todo tiene un límite y ellos lo han superado.