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Patricia Hevia se encarga en los suburbios de Libreville, la capital de Gabón de un dispensario médico. Desde allí desarrolla un proyecto para atender enfermos de sida en un país en el que, de cada cinco personas, una tiene la enfermedad. Esta religiosa y enfermera mallorquina, de 33 años y que vive encima de su consulta, cree que, lo que hace «es lo normal» .

Cuenta su llegada a Gabón con la misma normalidad: «Yo nunca había pensado ir a Àfrica. Había estado en Asia, en Filipinas, que me atraía mucho. Un día me lo propusieron y como no tenía ningún inconveniente, fui. Pensaba que en Asia había visto toda la pobreza que podía ver, pero Àfrica es mucho peor». Según la ONU, de los 146 países que hay en el mundo Gabón ocupa el 124 en desarrollo humano. «Allí, por unas cataratas una persona se queda ciega y aquí lo que cuesta esa operación nos lo gastamos en un día». A esa situación se suma el sida. Patricia resume así la situación: «En Gabón decirle a alguien que tiene el sida es decirle que va a morir ya que no puede pagar un tratamiento que cuesta más de la mitad de su sueldo». En el consultorio de Patricia Hevia una vez a la semana un especialista se ocupa de los enfermos. El resto de los días es ella quien asesora y proporciona medicación a los afectados. «Les aconsejamos que vengan porque tenemos también un problema enorme de educación sanitaria. El sida es todavía un tabú». Sus medios, los de su orden, las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y los de la fundación Juan Bonal que la sostiene, también son limitados. Ahora mismo se empeña en conseguir una máquina capaz de hacer análisis de sangre que es imprescindible para poder supervisar un tratamiento contra el sida. Sin ella, los enfermos tienen que acudir al centro gubernamental y esperar durante meses para un simple análisis de sangre. Dentro de dos semanas, la religiosa mallorquina volverá a Gabón después de unas semanas en Pollença: «Tenía ganas de volver, pero sí que te hiere que a unas horas de aquí haya un continente en los márgenes de la historia y en los márgenes del sistema». Confiesa que a veces se le hace duro constatar la situación contra la que trabaja: «Pero entonces descubres historias personales de resistencia dentro de la pobreza. Descubres semillas de esperanza en medio del caos»