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El llamado Plan Bolonia empieza a despertar violentas reacciones en algunos sectores estudiantiles. La ministra del ramo, Cristina Garmendia, considera que los que protestan son sólo «voces minoritarias disonantes», quizá ignorando deliberadamente que incluso las voces minoritarias merecen ser escuchadas y respetadas. Algo tienen que decir los estudiantes sobre la gran revolución en el mundo de la universidad y desde luego sus demandas deben ser escuchadas.

En realidad pocos saben a ciencia cierta cómo exactamente va a afectar el Plan Bolonia al día a día en las universidades, pero preocupa que se trate de un proceso que pueda eliminar o aminorar los rasgos más característicos de la universidad como institución académica: el estudio, la transmisión de conocimientos, la formación de tendencias intelectuales, la educación... para dar mucho mayor protagonismo a la vertiente «laboral» de la universidad. Si tradicionalmente las universidades constituían la cumbre de la pirámide educativa, ahora podrían convertirse en «fábricas de trabajadores». Se trataría, en definitiva, de cambiar la obtención de conocimientos por la adquisición de destrezas, tal y como exige el mercado de trabajo. Eso es al menos lo que temen los detractores de esta reforma.

A nivel práctico hay cuestiones que pueden resultar interesantes en este plan, como la homologación de títulos a nivel europeo y la introducción de más horas prácticas en los planes de estudio. Pero una reforma a gran escala "europea" de esta magnitud debería hacerse con la participación de todos los sectores implicados, sin prisas y desde luego preservando el papel de una institución que es "o debería ser" mucho más que un mero instrumento para formar futuros profesionales.