La cumbre del G-20, integrada por los países más desarrollados del mundo a la que asistió como país invitado España, acordó en Londres un importante paquete de medidas destinadas a reconducir la actual crisis económica cuyo efecto más importante ha sido, sin lugar a dudas, introducir confianza en los mercados. El elemento más destacado del encuentro del jueves se centra en la escenificación de una unidad en la toma de decisiones para hacer frente a la adversidad, una actitud loable pero que no significa haber resuelto el problema o los problemas que acucian a la economía mundial.
En Londres, los mandatarios del G-20 asumieron que en una economía tan abierta como la actual es preciso contar con elementos de regulación homogéneos, razón por la que el Fondo Monetario Internacional -sobre el que se vertirá un billón de dólares- se perfila como el imprescindible árbitro que frene la codicia y la temeridad financiera; auténticos puntos de partida de la recesión actual.
No eran pocos los analistas que observaban con escepticismo la reunión del G-20, en especial a la vista de los pobres resultados del precedente en Washington con todavía George Bush en la Casa Blanca. Ahora se han comenzado a tomar medidas más concretas, a pesar de que persisten algunas dudas respecto a cómo se quiere limpiar el sistema financiero de los productos 'tóxicos' "auténtica piedra angular de la solución definitiva del problema" o acorralar a los llamados 'paraísos fiscales'. Con todo, hay que insistir en los aspectos más positivos de la cumbre de Londres, una reunión que ha significado un punto de inflexión respecto al clima con el que las economías mundiales afrontan el futuro de esta crisis, de la que ya se le adivina un final.
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