El pintor Juan Uslé en la presentación de su exposición en Es Baluard. | Jaume Morey

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Prefiere «la penumbra y el silencio», mantenerse al margen de esas prácticas que casi obligan a los artistas a tener una presencia social excesiva. El pintor Juan Uslé (Santander, 1954) cuenta con la paciencia y la actitud serena que regala la madurez personal y artística, y que desde ayer puede verse en la muestra Nudos y rizomas que expone en el Museu Es Baluard.

El Premio Nacional de Artes Plásticas en 2002 se siente más cómodo sin etiqueta ni corsé, aunque muchos le presentan como uno de los referentes de la abstracción contemporánea. «Hay un gran afán por identificar a los artistas con un estilo. Cuando tus cuadros están en el gran teatro de la vida parece que hay quien necesita poner etiquetas para diferenciarlos de otros», reconoce el pintor. Algo que, según argumenta, se debe en parte a la herencia «de un desarrollo del arte demasiado esclavo de los conceptos, del estilo o de la identidad».

Para Uslé el arte es una necesidad vital. Sin tener esta premisa en cuenta, difícilmente uno puede comprender el conjunto de una obra permanente viva, que le gusta revisar y mantener al margen de «corsés rígidos». «No me interesa como a otros artistas hacer una cosa bien. Mi manera de ser y de sentir me incita a ser más libre y 'pasar' de límites», confesó el pintor que desde hace décadas divide su residencia entre Nueva York y Saro, un pueblo de Cantabria. Precisamente, la intensidad neoyorquina y la paz y naturaleza de su pueblo son fundamentales en su trabajo. «Si dejara de vivir en Nueva York necesitaría encontrar otro sitio con veneno», asegura el artista, quien recurre a la fotografía como arma con la que disparar miradas.

Un cuadro debe tener «su propia vida, su síntesis y presencia». De esta forma, se presenta la veintena de obras realizadas entre 1993 y 2009, y que hasta mayo estarán en Palma.

Los rizomas de Uslé tienen esa voz que permanece, pese al paso de los años, en continua conversación con el artista. Al igual que estos elementos naturales, las obras del cántabro «podrían seguirse» evolucionando formalmente, no es una familia «cerrada». El reencuentro con estas piezas ha generado nuevas necesidades al autor y problemas que resolver. Nada nuevo para un artista que no marca límites ni desliga el arte de la vida.