Efectivos policiales revisando alcantarillas en Son Rossinyol. | Jaume Morey

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Las medidas de seguridad del juicio del caso Nóos han batido todos lo récords. La sede de la Escola Balear d’Administració y sus aledaños quedó más tomada que la sede de la Cumbre del Cambio Climático de París. Un helicóptero de la Policía sobrevolaba la zona, algunos agentes iban provistos de fusil de asalto con doble cargador, los periodistas tenían que identificarse a cada recodo y se han instalado escáners para controlar bolsos y equipos técnicos.

En la calle, diez republicanos encabezados por Solano, un miembro de CCOO que va a todas las movidas judiciales de los Urdangarin, han sido debidamente colocados en una esquina del recinto, donde han gritado el clásico.

La infanta e Iñaki han llegado minutos después de las ocho de la mañana en un Skoda Octavia. Poco despés ha hecho lo propio una legión de taxis con todos los imputados y abogados.

El fiscal Horrach saludó a algunos periodistas. La expectación, con noventa medios acreditados, enorme.

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La celebración del juicio en Son Rossinyol ha sido una excelente jugada, casi no hay personas ajenas a la tropa mediática que sigue con expectación el espectáculo. Centenares de periodistas han sido concentrados en una gran sala del piso superior del EBAP con dos pantallas gigantes desde las que pueden seguir el intento de los abogados de frenar el desarrollo del proceso.

Desde allí se contempla el rostro pétreo de Matas, desconocido y más inexpresivo que nunca aunque atento como un radar a cada palabra que se pronuncia. Lejos de él, se encuentra, casi siempre con la cabeza gacha, un Diego Torres que parece rumiar constantes ideas y argumentos en su interior.

Pero sobretodo, llama poderosamente la atención el pestañeo casi taquicárdico de la infanta Cristina, más acentuado al inicio de la sesión, que desde una aparente y estudiada distancia parece dominar el desarrollo de los acontecimientos. No puede evitar con su expresión el sentimiento de que todo y todos giran en torno a ella y a la necesidad de su marido Iñaki de conseguir dinero en los tiempos en que se preparaba la compra del palacete de Pedralbes.

Esta tensión combina como una sinfonía con un despliegue de seguridad que no ha cesado pese al viento casi huracanado que peina los edificios y las zonas arboladas de Son Rossinyol. Policías con fusiles de asalto último modelo y un helicóptero coronan el acontecimiento y dan la auténtica medida de este evento.

El lugar contrasta con el intenso tráfico de la carretera de Sóller, con la vista panorámica del centro penitenciario y la cercana Fundació Illes Balears que un día creara Gabriel Cañellas. Los conductores, tanto de camiones como de vehículos, se giran para mirar la actividad. Alguno, fuerza su garganta para gritar «lladres», pero es la excepción de un intenso lunes laborable en una zona industrial. Los bares hacen su agosto atendiendo a policías y periodistas. Los taxis también lo han hecho trasladando imputados y abogados.