La infanta Cirstina. | Pere Bota

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La primera jornada del juicio del caso Nóos se desarrolló bajo los parámetros previstos. Fiscalía, la Abogacía del Estado y, por supuesto, los abogados de Cristina de Borbón y Grecia centraron todas sus baterías técnico-jurídicas para conseguir levantar de la silla de los acusados a la hermana de Felipe VI. Dentro de unas semanas, antes de que se proceda a la reanudación de la vista, se sabrá si lo han logrado. Pero aunque así fuese, su presencia será imborrable por la sencilla razón de que el móvil de todos los encausados era conseguir dinero para la hija del Rey mediante el tinglado fundacional-societario fundado por su marido, el ex-balonmanista Iñaki Urdangarin.

La obsesión por sacar a Cristina Federica de Borbón de la silla de acusada la ha convertido en el centro de atracción. La abogada del Estado Dolores Ripoll se ha visto incluso forzada a desmontar el más famoso slogan publicitario que haya hecho jamás un Ministerio español: «Hacienda somos todos». Pero ahora, según la ilustre letrada Ripoll, resulta que Hacienda son los funcionarios que custodian el erario público pero no los ciudadanos. De esta manera, intentó quitar consistencia y solvencia a la acusación popular, representada por la letrada Virginia López Negrete, que ha levantado la bandera de la acusación contra el supuesto delito fiscal cometido por Cristina. Ripoll intentó deslegitimar la acción acusatoria de Manos Limpias, pero provocó lo contrario. Convirtió a Negrete en la heroína jurídica de la vista. Igual error podría achacarse a los abogados de la infanta, cuyo cerebro, el padre de la Constitución Miquel Roca y Junyent magnifica penalmente a su patrocinada en vez de difuminar su presencia. Roca quería fundir el hielo y se encuentra con una bola de nieve cada vez más grande.

Por en medio de la vista pululan desesperados que creyeron tocar el cielo hace años cuando se pusieron al servicio del bienestar y el lujo de la hija del Rey y que ahora se sienten arrojados a los infiernos porque pusieron su lealtad por encima de cualquier otra consideración o reflexión sobre sus actos. Es el caso del expresident Jaume Matas, que está dispuesto a bajar la cabeza y entregar parte de su patrimonio a cambio de una rebaja de condena. Otra desesperación diferente pero igual de dramática es la de Diego Torres, que también tiene a su mujer en el banquillo. Torres y su famoso medio millón de documentos pidió este lunes que se citase a declarar al Rey Emérito Juan Carlos, ya que asegura que la Zarzuela estaba al tanto y controlaba los movimientos del entramado que dirigían él y Urdangarin.

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¿Pero que será de todos esos desesperados si el tribunal decide que Cristina pueda marcharse del banquillo? ¿En qué quedará el caso? ¿Dónde estará el móvil? En una ristra de acusaciones de supuestos delitos, cometidos para conseguir la felicidad material para la hija del Rey, para mantener su status privilegiado, para que viviese como lo que es, la hija de una reina. En esto estaba empeñado don Iñaki, con sus entrañables reuniones con Matas o con los valencianos (donde Camps y Barberá se han salvado de la cremà, aunque no otros).

Sin Cristina no hay Nóos. Sin Cristina no hay Urdangain rascando pasta pública de los altos despachos autonómicos. Sin Cristina no hay ni summits, ni eventos de promoción del deporte que se salían por un ojo de la cara a las arcas autonómicas. Lo dijo Matas: «Naturalmente que acepté darle dinero a Urdangarin». Con ello hacía contenta a la familia real, que tanto ha hecho por promocionar la imagen del Archipiélago. Por eso pagó. Creía que recibiría parabienes y homenajes por su acción y ahora se sienta en el banquillo muy cerca de la cárcel, como un apestado.

Sólo hay una incógnita en este caso. ¿Porqué Urdangarin por regla general buscaba pegar el sablazo a altos cargos del PP y no de la izquierda? Pasó la palangana principalmente en Balears y Valencia en una época de mayoría absoluta popular. Y ése fue su final. La denuncia de Nóos y el pase a Fiscalía y al juez instructor de un alud de documentos tiene el sello socialista. Esa es la otra clave de este desastre.

El móvil era la felicidad de Cristina. Pero sólo los peperos sintieron en su alma tal derroche de generosidad
con dinero público. Sin embargo, este otro aspecto tampoco sale en el juicio. Allí parece que se juzga el sexo de los ángeles en el limbo, donde se habrían inflitrado, sin saber porqué, una quincena de malos. Pero aunque levanten a Cristina del banquillo, su espíritu, cada vez más mastodónticos pese a los esfuerzos en contra de sus abogados, seguirá rondando la sala del juicio.