Carles Puigdemont y otros miembros del Govern en Plaza Sant Jaume. | JUAN MEDINA

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La experiencia de cinco días en Barcelona viviendo el referéndum y la reacción de los días posteriores por parte de la Generalitat y sus organizaciones afines lleva a una conclusión: los independentistas están provocando la intervención directa del Estado, la aplicación del artículo 155 por la vía rápida, el procesamiento de Puigdemont y Junqueras y lograr así que la Unión Europea mueva ficha. Es una estrategia aparentemente suicida, pero la única carta de verdad que tiene en sus manos el soberanismo catalán. Ya lo sabían hace un mes cuando aprobaron de golpe las leyes del referéndum y la de desconexión. Se pusieron por montera la normativa de su propio Parlament y se tiraron de cabeza para producir una reacción airada del Gobierno Rajoy. Su mejor arma es que calculan al milímetro. Veamos: es un postulado que se ha mantenido incólume desde el siglo XVIII hasta la descomposición de la Unión Soviética y el bloque del Este que sin apoyo exterior, o al menos comprensión, no hay proceso independentista que salga adelante. Y menos ahora, dentro de la Unión Europea.

Los independentistas catalanes preveían que Rajoy pensaría que el referéndum sería un fracaso total, pero no ha sido así. Legalmente no vale, pero los independentistas pueden aferrarse a que 'votó' mucha gente. A partir de ahí, la cúpula de la Generalitat se prepara para lanzarse al ruedo. La pasividad de los Mossos el pasado domingo forzó a Policía Nacional y Guardia Civil a intervenciones en colegios electorales. Fue un regalo para los independentistas. El 'asunto de Catalunya' se internacionalizaba. Y ahí está el meollo del conflicto. Los independentistas catalanes siguen la estrategia de Ghandi. Necesitan 'mártires'. Piensan que sólo empezarán a ganar si Puigdemont y Junqueras son detenidos, junto con Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. La orden de detención de Puigdemont es el pináculo de la jugada.

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El soberanismo catalán está convencido de que les beneficia la quiebra del actual equilibrio institucional, con la inevitable ruptura del diálogo. Habrá que verlo. Dentro del constante cálculo de probabilidades que hacen los soberanistas tal vez exista una jugada todavía no calibrada por el Gobierno de Madrid: la huida precipitada a París o Bruselas de Puigdemont y Junqueras justo antes de ser arrestados. Serían los primeros 'exiliados' dentro del ámbito de la Unión Europea, recordando también épocas muy pretéritas. Deberían ser los jueces galos o belgas los encargados de decidir su extradición. El escándalo sería mayúsculo. ¡Un juicio internacional! El proceso catalán se dirimiría más allá de las fronteras españolas. 'Naturalmente', en medio de una gran algarada en Cartalunya.

La diferencia entre los altos responsables del Estado y los de la Generalitat es que los soberanistas catalanes juegan mucho más fuerte. Por eso toman la iniciativa. Fuerzan a Rajoy y su Gobierno a cometer precipitaciones y errores. Ahora le empujan a intervenir Catalunya con el artículo 155. Y ya tienen organizado el próximo paso cuando lo hayan conseguido.

Pero Moncloa no puede dudar. Ya no tiene margen. Le van a declarar la independencia el lunes. Los puentes del entendimiento se rompieron hace mucho tiempo y ahora el horizonte inmediato, el próximo y medido órdago, pasa por esta declaración que Rajoy está obligado a anular. Este 'acto supremo' no tiene validez jurídica, pero puede desatar incontables consecuencias políticas. La Generalitat pincha donde más duele, mueve el capote y emplaza. Se acerca un momento decisivo de esta desmelenada partida de póker. Pero no será el último.