El expresidente del Gobierno, José María Aznar. | Javier Lopez

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Está claro que Aznar no se ha recuperado del trauma del 11-M del 2004, cuando hizo desesperados intentos para convencer a la población de que la masacre de 200 personas en Madrid era obra de ETA. Aznar, que había nombrado sucesor a Rajoy, fracasó estrepitosamente en aquel intento de manipulación y falsedad. Y Zapatero alcanzó el poder. Obsesionado por aquel fracaso, Aznar quiere volver como sea, utilizando las viejas tácticas de manipulación y el insulto a la verdad.

Ahora le ha dado la neura de comparar el actual conflicto catalán con el 'golpe' de Companys en octubre de 1934, que proclamó desde la Plaza de Sant Jaume el estado catalán dentro de la república federal española. Esta proclamación fue reprimida a cañonazos por el gobierno radical-cedista de Madrid, en un período que ha pasado a la historia como el Bienio Negro. En 1934, los radicales de Lerroux (inmersos en escándalos de corrupción, como el straperlo, acaecido en Formentor) y la Ceda de Gil Robles competían por ocupar el espacio más derechista. A ellos se unió la por entonces minúscula Falange Española, fundada en 1933. España vivía un ambiente de altísima tensión. En 1933 Hitler había alcanzado el poder en Alemania (por las urnas, igual que los radical-cedistas en España) y un año después el führer se dedicaba a perseguir y encarcelar a la izquierda. En Austria los socialistas fueron arrollados en las barricadas por el dictador Dolfuss. En Madrid, en un mitin celebrado en el Escorial, Gil Robles fue aclamado como '¡jefe, jefe!' por sus partidarios, que copiaron a la española el famoso '¡Duce,Duce!' tan en boga en aquel momento y que dedicaban los fascistas italianos a su dictador Mussolini.

En este ambiente de peligro inminente de exterminio de las democracias, el PSOE y la UGT idearon una revolución en toda España. Sus dirigentes Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero estaban al frente. Fue un fracaso. La UGT declaró la huelga general en Madrid y en numerosas ciudades, con seguimiento desigual. Pero en Asturias la cuenca minera se levantó como un solo hombre y hubo centenares de muertos. Uno de los generales que aplacó la revuelta se llamaba Franco. El gobierno radical-cedista se impuso, pero por debajo ya se estaba formando en frente popular, que ganaría en febrero de 1936. La izquierda española se había radicalizado en paralelo a las noticias de represión, odio y muerte que llegaban de Alemania, donde se quemaban libros en hogueras públicas, e maltrataba y asesinaba a judíos, y se lanzaba la consigna: 'cuando escucho la palabra cultura, saco mi pistola'.

Companys también intentó levantar Catalunya aquel octubre de 1934. El fracaso fue descomunal y fue detenido y encarcelado. La gente, atemorizada, no le siguió. Sólo unos pocos políticos y un puñado de mossos d'esquadra estuvieron con él. Constituye una vergonzosa manipulación comparar aquella época con la actual. Ahora los independentistas catalanes están indignados, pero su situación es menos delicada que 1934 siempre que no caigan en el tremendo error de acudir a la violencia. Ahora en Alemania no está Hitler, sino una república federal igual a la que quería Companys para España en 1934 (la existente por entonces era más bien jacobina en su conjunto). Por esa república federal se levantó Companys, que en 1940, ya refugiado en Francia, fue entregado por la Gestapo de Hitler a Franco para ser torturado y fusilado.

Por contra, la República Federal Alemana no entregó a Puigdemont hace unos meses por el delito de rebelión. Los jueces germanos no vieron la comisión de este delito en la revuelta catalana del año pasado. Y no la vieron porque, según ellos, no existió la fuerza (violencia) necesaria para provocarla. Como teorizó John Locke, padre del derecho político, en uno de sus soberbios análisis, 'rebelión' viene de 're bellum', es decir, vuelta a la guerra o a la violencia. Según Locke, sin violencia armada no hay rebelión. Por eso, por decisión del poder judicial de una república federal, Puigdemont está ahora en Bruselas y el juez Llarena tuvo que retirar la euroorden.

El conflicto catalán sólo se resolverá a partir de un gran acuerdo entre los dirigentes de Madrid y de Barcelona en un compromiso histórico y federal que aún hoy es posible alcanzar bajo la tutela de Europa, con Berlín y Bruselas encabezando la supervisión internacional. Pero para que sea factible, sobran los manipuladores, los que comparan falsa e interesadamente la situación actual con 1934. Es mentira. Los nazis y su führer fueron arrollados por las democracias en 1945. Y sin ellos, la extrema derecha española se convirtió en una caricatura charlotesca que acabó transformándose de la noche a la mañana en demócrata en 1975. Por fortuna, allí se abrió la era del consenso, del pacto y del respeto. Y esa es la era que hay que resucitar por el bien de todos y por la victoria de la democracia.