Entrevista al arqueólogo Mateu Riera, sobre Cabrera. | Pere Serra

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Todavía resulta complicado saber la magnitud del monasterio que existía en Cabrera entre los siglos V y VII de nuestra era, pero debía albergar más de 30 monjes y era importante. De hecho, el papa Gregorio I envió a un emisario a «poner orden», lo que indica que tenía cierta relevancia. «Desgraciadamente, los pocos documentos que hemos encontrado no nos han dicho cual fue el detonante del conflicto», explicaban ayer ‘in situ’ el codirector de las excavaciones Mateu Riera.

A cerca del modus vivendi de los monjes, Riera afirmó que «salaban pescado, elaboraban salsa de pescado como el garum, fabricaban colorante púrpura y producían vino. Más todas las donaciones de la gente que viajaba desde Mallorca conseguían salir adelante. También está comprobado que conreaban la tierra y comían gallinas y alguna cabra».

Un grupo de 70 personas participó ayer en una ruta a la Cabrera más desconocida. Se trata, ni más ni menos, que aquella que alberga los restos de un monasterio bizantino datado entre el siglo V y VII de nuestra era. El arqueólogo Mateu Riera es, junto a Magdalena Riera Frau, el director de la excavación. Ambos ofrecieron una visita guiada por el yacimiento de el Pla de la Figuera, donde se encuentran los restos de la basílica.

«Este proyecto empezó un poco por casualidad. En el año 1999 se decidió pasar unas cañerías justo por en medio del yacimiento y esto provocó un destrozo. Una de las cosas rotas fue una serie de tumbas. Los guardas del parque lo detectaron y avisaron al Ajuntament de Palma que, a su vez, se puso en contacto con la arqueóloga municipal que inició la excavación y la posterior datación mediante pruebas del carbono catorce», rememoró Mateu Riera.

El arqueólogo comentó que «ahora estamos explorando la zona del cementerio ya que sabemos que donde hay un cementerio hay una iglesia. Nuestro objetivo actual es ese, encontrar la iglesia ya que hemos ya hemos dado con trozos de mármol y lámparas de vidrio».