Monnaber Nou, en Campanet.

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Estamos a finales de los años 80 y hay un serio problema en gran parte del campo mallorquín, ya que la viabilidad de muchas explotaciones agrícolas está en peligro. Son momentos de nervios, pero un grupo de doce payeses toman la decisión de crear lo que en Europa ya se conocía desde hacía décadas, los agroturismos y el turismo rural. Esta actitud visionaria se plasmó en 1989, donde surgió la actual oferta turística rural y el turismo de interior en los pueblos de Mallorca.

Las conselleries de Agricultura y Turisme, bajo el Govern presidido por Gabriel Cañellas, reciben la orden de dar viabilidad normativa y legislativa para crear en las Islas este nuevo producto turístico, que a la postre ha complementado la oferta de alojamiento tradicional de sol y playa.

Fue la primera vez que se tomó conciencia de que había que diversificar el producto turístico balear y, con el paso de los años, aquellos visionarios acertaron de pleno. La imagen internacional es excelente y las inversiones en possessions y casas antiguas, con referencia de antes de 1940, propició que pudieron renacer.

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«El objetivo principal era mantener las possessions antiguas, ya que los recursos que se generaban con la explotación agropecuaria no daban para rehabilitar y mantenerlas. No era llevar turistas al campo, sino que pudieran conocer el campo, las explotaciones agrícolas y disfrutar de la naturaleza de la Isla. Los recursos eran finalistas y con ello se lograba mejorar la imagen de las infraestructuras rurales», puntualiza el actual presidente de la asociación de agroturismos, Miguel Artigues.

Adaptarse a la demanda

La respuesta por parte empresarial e institucional fue de absoluto consenso y la normativa, con el paso de las legislaturas, se ha mejorado y actualizado, aunque hay vacíos legales que han propiciado un boom de la oferta de turismo de interior en pisos vacacionales.

La amplia diversidad de agroturismos propició su expansión en la Serra de Tramuntana, en el Pla y en zonas próximas al litoral, de ahí que se surgieran productos específicos en estos tres enclaves con sus propias peculiariedades. Asimismo, la visión empresarial hizo que muchos de ellos se hayan especializado en productos muy específicos para todos los nichos de mercado y de turismo activo.

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El impacto económico es indudable y ha beneficiado directamente a los pueblos del interior, ya que la rehabilitación de casas con fecha de construcción anterior a 1940 «ha permitido llevar el turismo a lugares que nunca se han beneficiado del mismo. A esto hay que sumar que los clientes son muy respetuosos con el medio ambiente, que tienen un elevado poder adquisitivo y que conocen de primera mano el interior de la Isla y los productos agrícolas», añade Artigues.

Una queja que hace la patronal de forma reiterada es su oposición frontal a las agroestancias, que propugnan Abtur, Asaja y la Unió de Payeses. «Los agroturismos son actividades complementarias de la agricultura que ayudan a mantener las explotaciones y evitan la construcción en suelo rústico. Las agroestancias lo único que hacen es construir en suelo rústico y generar una oferta de difícil control», afirma el presidente de la patronal.