«La mayoría de los exploradores del siglo XIX viajaban con sus mujeres. ¡Qué maravilla! Eso sí, no las nombraban en los libros». La periodista, reportera y escritora Cristina Morató impartió ayer la charla organizada por el Club Última Hora Viajeras de leyenda en el corazón de África. Habló de mujeres que desafiaron una época que las prefería sumisas e invisibles para ir a recorrer mundo. «Peregrina partió, puta volvió», recordó la ponente un proverbio alemán del medievo ajustado al pensamiento que predominó también en el siglo XIX.
Los hombres del momento eran Livingstone, Burton o Stanley, grandes exploradores geográficos. «Era la época victoriana, cuando las mujeres no estaban preparadas ni física ni psíquicamente para el viaje así que les daban la espalda», explicó Morató.
Sin embargo, las esposas viajaban con los exploradores, convirtiéndose, como añadió, en «buenas escritoras de viajes, ya que al no estar financiadas no tenían que rendir cuentas a nadie». Ellos, sin embargo, debían volver a la ciudad de origen «a cambiar los nombres autóctonos de los ríos y lagos de África por los de los hijos de la reina Victoria», recordó con algo de sorna, arrancando las carcajadas del público.
A aquellas «mujeres pecaminosas», cuya actitud se consideró «subversiva e inmoral», Morató les ha dedicado gran parte de sus escrituras y de la conferencia de este jueves.
Miss Only Me
A la exploradora Mary Kingsley la llamó «mi heroína», al encarnar una historia «de valor y tenacidad». La escritora relató cómo una hija de médico, que a los 30 años no había traspasado la zanja del jardín de su casa, se lanzó a la aventura en 1892, al morir sus padres. «Fue, y nadie lo diría, uno de los grandes exploradores de África», aseguró Morató, mientras enseñaba imágenes de su aspecto en pantalla grande.
Mary Kingsley recorrió la costa occidental de África, «la tumba del hombre blanco», tal y como se la describió el mozo que le vendió entonces el billete de ida en un carguero. «Eso era aventura y no lo de ahora», sonrió Cristina Morató.
La periodista y escritora explicó cómo la exploradora se hacía pasar por misionera o por representante de la liga antialcohólica para no ser abordada por desconocidos. «Llevaba consigo 300 libras, ¿cómo sobrevivir? Con tabaco, anzuelos y ron para intercambiar. Nunca contrató a porteadores», relató la experta. «Cuando llegaba a una aldea desconocida se presentaba con un: only me, para que vieran que ella no era una exploradora al uso y que no venía armada. Fue de esta manera que la apodaron Miss Only Me».
A May Sheldon la llamaban Bebe Bwana. Es el segundo caso en el que se centró la conferenciante. Sheldon se casó a los 33 años con un hombre de negocios de Boston. «Lo tenía todo: dinero, posición..., además de mucha curiosidad y ganas de pasar a la historia», explicó.
En 1890, con todo su ajuar, vajilla, cubertería de plata, dos camas, escritorios, un rifle y una pistola, entre otros, May Sheldon quiso recorrer el África de los masai. «Como nadie quería acompañarla le llegó a proponer al sultán de Zanzíbar llevarse a todo su harén de mujeres aburridas para poder liderar la primera expedición femenina», relata Morató. «Fue precioso... Pero el sultán le contestó que ni hablar. Consiguió, eso sí, que la acompañaran cien porteadores». Bebe Bwana anunciaba su llegada a las aldeas masai con música y se vestía con seda y peluca rubia para la ocasión. «Se pueden imaginar la cara de las tribus que la recibían como una reina».
Según la experta, May Sheldon «no hizo grandes descubrimientos, pero fue todo un ejemplo».
La tercera de las exploradoras que quiso destacar Cristina Morató era «pequeña, fotogénica y vivaracha». Quizás estos rasgos marcaron su historia.
Casada con Martin Johnson, con quien llevó una vida nómada, Osa Johnson se fue de luna de miel a las Islas Salomon, de donde «era difícil que ambos volvieran con vida». Sin embargo, lejos de morir, comenzaron a filmar la vida de los nativos y se convirtieron en los precursores de los documentales de naturaleza. «Fueron una leyenda, sobre todo por la imagen aventurera de Osa», explicó.
«Al principio, como no tenían dinero, a ella se le ocurrió recurrir a la publicidad y anunciaba cremas faciales en medio de la sabana; moderno, ¿verdad?». La vida y la imagen de Osa Johnson causaron sensación en la sociedad de la época. Se convirtió en un ídolo, y ambos pasaron a formar parte de la historia del cine «retratando África cuando era el Arca de Noé». Cuando en 1953 su marido murió en un accidente de avioneta, «ella se quedó hundida, no supo reconstruir su vida y tuvo un triste final».
Para ser justa, la escritora Cristina Morató no quiso terminar la charla sin recordar al único hombre que sí habló siempre de su mujer, Samuel Baker. Explorador del río Nilo y del interior de África central y descubridor del lago Alberto, Baker renunció a ser nombrado caballero por la reina Victoria porque ésta no quiso recibir a su esposa. Se llamaba Florence Baker y juntos superaron muchas adversidades. Cuando murió, en 1893, su esposa le sobrevivió 23 años: «El fue el único que la llevó siempre de la mano».
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