«Al principio pensaba que tenía depresión. No salía, no hablaba, no se relacionaba con nadie…». Encarna González hablaba de su hermana, Ani, que padece una derivación de la demencia con cuerpos de Lewy, el segundo tipo más común tras el Alzheimer, y que causa una degeneración progresiva del cerebro. «Me decía que era como si el engranaje de repente fallara, la mente se le quedaba en blanco y al rato se volvía a activar sin saber qué le habían dicho», explicó.
«No sabía ir de mi casa a la Cruz Roja y eso que vivo en la misma calle», reconocía Ani ayer, quien aseguraba encontrarse mejor. «Da miedo pensarlo cuando paso cada día por allí». Ani González es usuaria de uno de los programas para gente mayor donde le es grato acudir porque «como estamos todos igual, colaboramos unos con otros».
El suyo es uno de los testimonios que presentó Cruz Roja Baleares en un salón a pie de calle organizado para visualizar los problemas neurológicos degenerativos y sensibilizar a la ciudadanía sobre la realidad de los colectivos con los que trabaja. Mañana se celebra el Día Mundial del Alzheimer y la entidad recuerda que sólo el año pasado en Baleares atendió a más de 700 personas con deterioro cognitivo. «Unas veinte mil personas mayores de 80 años viven solas en Baleares, no siempre significa que se sientan solos o que padezcan un deterioro cognitivo, aunque es más frecuente a esta edad», explicó Deyana Mihailova, coordinadora del Programa de Atención a Personas Mayores con Discapacidad.
En Cruz Roja hay más de 400 cuidadores, una parte esencial para los enfermos dependientes. «Si a su lado no hay una persona sana en todos los sentidos, los cuidados se vuelven complicados», añadió Mihailova.
Joana Sastre ha cuidado durante tres años de su madre después de que tuviera un ictus, y Juana María Rosselló tiene a su cargo a su marido y a su madre, como personas dependientes. «Sólo pedimos que no nos den problemas, el Govern es el primero que te hace correr de un lado a otro», asegura Sastre. «Y que las ayudas se aceleren. A mi madre se le activó una ayuda a domicilio de alta intensidad y tras cuatro meses ya no llegó a tiempo», se lamentó Rosselló.
Ambas coinciden en que los sacrificios, las complicaciones y las renuncias se disparan entre las personas cuidadoras de un dependiente y que el hecho de disponer o no de recursos económicos puede marcar muchas diferencias. «En la residencia de mi marido, que es pública, se quedan con más del 90 % de su pensión además de un porcentaje de los ahorros y el patrimonio según la renta. A mi me queda un ingreso de menos de 600 euros al mes», se lamentó Joana Sastre.
A los demás les piden apoyo y empatía, porque «todo el mundo sabe más que tú», se quejaban. Ambas se han sentido solas y «culpables» en algún momento.
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Más empatía hace falta en las administraciones que el trato a veces deja mucho que desear...