Los vecinos de Son Gotleu, Son Canals, Can Capes y La Soledad Nord vivían este miércoles con resignación el panorama que tienen por delante.

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El gimnasio de José Francisco Alabarca, de 33 años, entra por unos diez metros en la zona sanitaria que mañana será confinada por el Govern. Tendrá que cerrar su negocio en la plaza del Historiador Miquel Dolç a partir de las diez de la noche al menos durante dos semanas. «Si digo lo que pienso, me tendríais que censurar. Las medidas me parecen, nunca mejor dicho, desmedidas. Si todo sigue así, no sé que pasará con el negocio. Nuestra clientela ha descendido entre un 30 % y un 40 % y estoy llenándome de rabia», lamenta Alabarca.

La noticia del inmediato confinamiento era acogida con resignación este miércoles por la tarde en las barriadas afectadas. Jamal Azar, propietario de un bar en la calle Indalecio Prieto, comentaba que «tengo dos facturas de 1.200 y 1.300 euros por pagar. Antes éramos seis personas trabajando y ahora somos tres. He suprimido el servicio de cocina porque ahora nadie quiere comida. Servimos café y hacemos lo mínimo». Mientras, en la acera, varios africanos fumaban tranquilamente.

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Samir, de 25 años, e Ishab, de 40, tomaban un café en un bar de la misma calle. Según el primero, «la gente se va a morir de hambre. Necesitan salir de aquí a ganarse la vida». Ishab, natural de Melilla, iba más allá: «¿Qué voy a hacer? No sé». Otro parroquiano que no se identificó nos interrumpió: «¿Qué hago? ¿Comerme la pared?». Un poco más arriba de la vía, Antonio descansaba en un banco con su perro ‘Pherb'. «Me parecen bien las medidas si sirven para parar la pandemia. No me afectan demasiado porque soy pensionista. Habrá gente que respetará las normas y otra que no».

En Son Canals, otro de los barrios afectados por la nueva normativa, tiene su peluquería Esther. La encontramos con una clienta, Isabel, y una practicante, Helen. «Mucha gente no lo entenderá. ¿Qué pasará con mis clientas? ¿No podrán venir?», nos preguntaba preocupada. «Si son del barrio, sí», respondimos. «Menos mal», contestó la mujer aliviada.

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En el mismo barrio, ante la casa de sus padres, Vanessa explicaba que «tendrían que haber aplicado mejor el confinamiento antes. Además, hay cero policía». De hecho, durante las casi tres horas que invertimos para realizar este reportaje no vimos ningún coche o agente de las fuerzas del orden.

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Can Capes es otro distrito que entra en las restricciones. Francisco Sastre, vecino del núcleo, comentaba que «ya he visto bares que anunciaban el cierre a las 22.00 horas. Es lo que hay que hacer. Hay que controlar esta situación lo antes posible para que no se nos escape de las manos».

A pocas calles, Teresa y su madre, Aurora, echaban la basura al contenedor. «Las medidas no son agradables pero si no hay remedio... Antes íbamos a Son Forteza a ver pasar la gente; ahora no podremos». La Soledat Nord es el barrio donde concluye este reportaje. En un bar de una de sus plazas, Jaime Mansilla nos contó que «la norma está bien, aunque a mí no me afecta mucho porque de por aquí no me muevo. Por esta zona, hay un bar que actúa como after donde se lía cada fin de semana. Las autoridades lo tendrían que tener más controlado. Se pasan las órdenes por el forro».

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Víctimas del Covid

Pedro Mas paseaba junto a su buen amigo Juan García por la calle. Para este funcionario jubilado del Ajuntament de Calvià, «esto es un desastre. Nos tienen abandonados completamente en La Soledat». Mas lleva viviendo en el barrio 57 años: «He sido víctima de la COVID. Me la diagnosticaron después de que ayudara a un vecino de 86 años a levantarse. Era como un padre para mí. Desgraciadamente falleció. Las autoridades tienen la culpa de que hayamos llegado al confinamiento. Esto es tercermundista». Por las restricciones de movilidad, ayer era la última vez en al menos dos semanas que salían a pasear juntos. Juan vive fuera de las zonas acotadas.

Los vecinos de Son Gotleu, Son Canals, Can Capes y La Soledad Nord vivían este miércoles con resignación el panorama que tienen por delante. La mayor parte de las personas que consultamos sabía por las noticias de la televisión y los diarios digitales que se las iba a confinar, pero nos preguntaban hasta qué punto les afectaría directamente. Y es que además de la resignación, también había incredulidad.