Gonçal López Nadal, en su despacho en el edificio Jovellanos, en el campus de la UIB. | Teresa Ayuga

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Gonçal López Nadal (Palma, 1953) se jubila como profesor titular de Historia Económica en la UIB después de 35 años. Sus últimos tres años han sido como emérito, pero hace unos días dio su última clase.

¿Cómo entró en la UIB?
— Camilo José Cela Conde me dijo que en la UIB había becas para investigadores que tuvieran un doctorado y experiencia de trabajo en el extranjero. La UIB tenía un especial interés por contar con investigadores formados fuera de España y yo tenía dos doctorados, uno por la Universidad de Leeds -Reino Unido- y otro por la Autònoma de Barcelona.

Tal vez falta perspectiva histórica, pero ¿qué lectura ya se puede hacer de la pandemia?
— En el caso de Balears, es una bofetada brutal a una economía muy frágil por su completa dependencia del turismo. Pese a los avances científicos y tecnológicos, no sabemos cómo atacar un fenómeno que podríamos considerar preindustrial. De momento, sólo podemos defendernos con vacunas, pero otra pandemia podría volver a ocurrir en el futuro. Además, nos ha dejado en evidencia ante el dilema de supervivencia sanitaria o supervivencia económica.

¿Es una lección de humildad o no aprenderemos?
— Podemos extraer una lección positiva y replantearnos hacia dónde debe ir nuestro modelo económico. Las manifestaciones por el cierre de negocios se pueden comprender, pero resulta tristísimo comprobar la falta de concienciación cívica. Cuesta actuar con sensatez, antes de que te lo imponga una norma.

¿La Historia económica no explica toda la Historia?
— No. Gracias a la docencia he aprendido mucho y he intentado aplicar el enfoque más racional posible, sustituir el saber por el comprender. A partir de aquí, los hechos más fáciles de entender son los económicos porque se relacionan con la supervivencia o con la ambición de tener más, pero no lo explican todo. La Historia política tiene su incidencia, pero no es tan fácil de explicar porque no tiene una dinámica racional. En ella intervienen sentimientos, simpatías y odios.

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¿Ejemplos?
— Hitler es producto de una fe nacionalista brutal, consecuencia de la frustración por la I Guerra Mundial y del empecinamiento en culpabilizar de todo a Alemania. Fue un error. El hundimiento de la República española tiene motivaciones políticas. En muy poco tiempo se intentó hacer una revolución muy profunda. Azaña dijo aquello de «España ha dejado de ser católica», pero era más un deseo que una realidad. Se intentó convertir un país atrasado en la vanguardia del pensamiento progresista mundial. Y tuvo consecuencias. No, la economía no lo explica todo.

Ha hablado de una economía frágil y dependiente en Balears, ¿cómo contempla su evolución en las últimas décadas?
— Tras la Segunda Guerra Mundial, el turismo se convirtió en una necesidad que generó una demanda fija, no elástica. En general, Balears no es un destino de turismo de élite, como tampoco todo es Punta Ballena. Las clases medias-bajas y trabajadoras de Europa no renuncian a sus vacaciones de verano en destinos de sol y playa. Y las crisis de las últimas décadas no han afectado gravemente al turismo. Sin embargo, la pandemia ha dejado en evidencia que tendríamos que haber fomentado la diversificación económica y, como se dice, no posar tots els ous al mateix paner.

¿Por qué no ha habido diversificación económica?
— No ha interesado. Han primado los beneficios rápidos y a corto plazo, con consecuencias sociales, entre ellas el déficit de formación de los trabajadores y la venta de fincas rústicas por su interés turístico. Se ha perdido mucha potencialidad. Se puede decir lo mismo del conjunto de España. Durante el franquismo, dejó de ser un país encerrado en sí mismo y, para ello, prácticamente estaba condenada a ser una economía de servicios. Así, España no es un país tan potente como se ha querido hacer ver. Pensando que era un país rico, la verdad es que sólo ha pasado de pobre a modesto.

Hablando de potencialidades propias, usted conoció en Inglaterra a Joan Mascaró, el prestigioso filólogo y orientalista mallorquín.
— Sí, fue un privilegio. Junto con Antoni Mas, nunca renunciaremos a divulgar su figura, reconocida, pero no conocida. También tengo como referente a Antoni Binimelis, estudioso del sánscrito que abrió los estudios de español en la Universidad de Delhi. Y Òscar Pujol, autor del Diccionari Sànscrit-Català, con contribución de la UIB. Y Raimon Panikkar. Por cierto, para el próximo junio se organizarán actos sobre Mascaró que no pudieron celebrarse el año pasado.

A usted se le conoce por ser un especialista en el corsarismo mallorquín. ¿Era un recurso contra las crisis?
— Sí. De hecho, sólo funcionaba en épocas de guerra o crisis. El corsarismo hacía legal un acto de depredación que, en otras circunstancias, era ilegal. El corsarismo estaba reglamentado, con permisos y actas notariales. Por toda esa documentación podemos estudiarlo, al contrario de la piratería, que no generó papeles y no se puede investigar. Habría que dar a conocer figuras como Pere Flexes y Jaume Canals, capitanes corsarios mallorquines de la segunda mitad del siglo XVII que merecen que les dediquen calles mucho más que un asesino como Valeriano Weyler.