Un grupo de personas pasea en s’Hort del Rei. | P.B./L.B.

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Aunque ayer a medianoche hubo quien, en un acto de descarga y liberación, se deshizo de su cubrebocas y, emocionado, lo compartió en sus redes sociales, no todos los ciudadanos acogieron la medida con el mismo entusiasmo.

La ministra de Sanidad, Carolina Darias, festejaba anteayer la flexibilización del uso de mascarillas en exteriores, aprobada en el Consejo de Ministros extraordinario del pasado jueves: «Nuestra sonrisa volverá a las calles, con distancia de seguridad, pero con sonrisas visibles para todos. Estamos ante una medida prudente que se va a producir de manera progresiva, liberándonos de llevarla en aquellos espacios al aire libre donde la transmisión es casi inexistente».

Lejos de lo que cabía esperar, por la mañana no se celebró ningún ‘Festival de la Sonrisa' en el centro de Palma. En una confluencia de inseguridad, responsabilidad cívica y desconfianza hacia la toma de decisiones, buena parte de los palmesanos continuaron ayer con la mascarilla puesta en todo momento. «A mí me molesta y me agobia mucho, pero después de tanto tiempo no cuesta nada ser prudentes y esperar un poco más», declaró Piedad Agüera, vecina de Ciutat, una jubilada que decidió mantener su rostro cubierto por la máscara. Que el alivio de las restricciones haya coincidido con el macrobrote entre los estudiantes peninsulares que visitaron la Isla en su viaje de estudios –un brote que afecta ya a más de seiscientos jóvenes de seis comunidades autónomas– no ha contribuido en afianzar la sensación de seguridad entre la población mallorquina. Era un tema de conversación recurrente entre los que mostraron mayor cautela.

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Ahora bien, como ha sucedido a lo largo de la pandemia, ayer se pudo observar una vez más como la sociedad se mantiene dividida. Resulta complicado determinar si es o no es superior a la de los cautelosos, pero otra parte de los palmesanos sí que acogió de muy buen grado la flexibilización en las restricciones. «Yo no la voy a llevar más por la calle, debería haber sido así desde el principio. En espacios abiertos y con distancia nunca debió ser obligatoria», espetó Teresa Munar, una trabajadora de banca.

El calor apretaba ayer en Palma y muchos señalaron que «con el Sol que hace resulta insoportable, sobre todo las FFP2. La verdad es que es muy agradable volver a verle la cara a los vecinos, parece que poco a poco volvemos a la normalidad», aseguró Pere Jiménez.

Unos portaban la mascarilla en el bolsillo y la sacaban cuando querían entrar en los comercios; otros la llevaban en el mentón, el codo o la muñeca, con tal de no perderla, y algunos la mantenían colgada del cuello, preparados para subírsela en caso de encontrarse en una aglomeración. Dependiendo de lo concurrida que estuviese cada zona se podían observar más o menos personas con la mascarilla puesta. Por ejemplo, en las transitadas y estrechas calles de Sant Miquel o Jaume II, la mayoría de los viandantes la llevaba puesta, mientras que en espacios más amplios, como el Passeig del Born o la zona de la Seu, se observaba una mayor relajación.

Entre los turistas y visitantes también hubo discrepancias. Aunque durante las últimas semanas se hayan podido observar visitantes que han hecho caso omiso a las obligaciones y restricciones, muchos otros eran partidarios de mantener ayer su mascarilla puesta. Una conclusión de todo lo observado es que no hubo tantas sonrisas como se esperaban; hace falta avanzar bastante más para volver a sentir un ambiente de felicidad y alegría.