Antònia Servera. | Pilar Pellicer

TW
1

Hace once años que a Antònia Servera le diagnosticaron diabetes infantil. Su enfermedad se despertó después de sufrir un trauma a consecuencia de una dolencia grave de su marido. Con ello, vino la alopecia androgenética femenina. «El proceso de la caída del pelo no me ha frenado los pies». Lo dice entre comillas, a media voz, porque en el fondo han sido años de complejos y de incertidumbre.

Antònia tiene ahora 70 años y un pelo envidiable. Todo cambió con la prótesis capilar. «El primer día que me vi con pelo, no me reconocía. Los que me conocen me decían que había hecho un cambio radical. Un primo me confesó que me había vuelto más joven. El pelo me ha recuperado».

Las prótesis capilares son pura medicina para mujeres y hombres que sufren problemas capilares o están en tratamientos oncológicos que hacen perder todo el cabello. Salvador Martín fue pionero en esta práctica en Mallorca. Su centro capilar Pelosystems abrió en 1979 y es uno de los pocos que se mantienen tras más de 40 años. «Este mercado ha evolucionado mucho. Ahora la fabricación crea prótesis más indetectables y duraderas. Lo que hemos visto ahora es que llega a un público más joven», señalan Rosa y Ana Martín, hijas de Salvador y propietarias.

El día en que Antònia volvió a ser Antònia
Ana Martín, colocando la prótesis a Antònia.

Hay mujeres que no quieren verse calvas y cuando acuden a este centro lo hacen en cabinas privadas con los estores subidos o bajados. En el caso de Antònia no le avergüenza ver su alopecia pero dice: «Ahora no sabría vivir sin la prótesis».

Rosa Martín destaca que el 70 % de las clientas acuden por un problema capilar, mientras que el 30 % lo hacen por la caída del pelo a raíz de la quimioterapia. La mayoría elige prótesis de pelo natural y no tanto pelo de fibra. Cada semana, Antònia acude a este centro –está separado de la peluquería– a tratar su pelo.Cuando se lo retiran, bromea y dice que se parece a su padre. «Siempre he tenido un carácter positivo para todo. Si no nos tomamos la vida así, ¿me tengo que ir al rincón a llorar? No».