José Manuel Estévez, veterano de la guerra de Bosnia, con su libro. | José Sevilla

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José Manuel Estévez Payeras (Palma, 1962) ha publicado Solo muere el olvidado. El batallón II/262 en la campaña de Rusia. 1942-1943 (Editorial Actas), sobre esta unidad de la División Azul que mandó su abuelo, el comandante José Payeras Alcina, durante la batalla de Krasny Bor, en la que falleció. Para elaborar la obra, alabada por el escritor Arturo Pérez-Reverte, el coronel mallorquín en la reserva se ha basado, en parte, en las cartas remitidas a su abuela Conchita desde el frente de Leningrado, durante la II Guerra Mundial.

¿Qué le llevó a escribir el libro?
— La mayor parte de los divisionarios nos han dejado. Lo han hecho en silencio, sin que nadie dé cuenta de lo que hicieron, de su compromiso y su sentido del deber. Considero importante que las futuras generaciones conozcan al detalle y con veracidad quiénes fueron estos hombres, qué los movía y de qué fueron capaces. Pero es que, además, mi abuelo, el comandante Payeras Alcina, fue uno de ellos y, aunque no lo he conocido, siempre me he sentido en deuda con él.

¿Qué pretende transmitir al lector con Solo muere el olvidado?
— El título del libro es una declaración de intenciones. Pretendo que se conozcan las vidas de un grupo de españoles, muy variado y heterogéneo, que lucharon lejos de su tierra y estuvieron unidos por unos lazos de camaradería y sentido del deber que trascienden cualquier otra consideración política o militar. En general, los viejos soldados hablan poco de la guerra, tan poco que tras la publicación me han llamado familias que desconocían lo que habían hecho sus abuelos.

Ha obtenido una crítica más que positiva de Arturo Pérez-Reverte. ¿Qué ha significado su apoyo?
— En primer lugar, una sorpresa muy agradable. En segundo lugar, y más importante, un honor y una suerte. Admiro profundamente la obra de Arturo Pérez-Reverte y estoy seguro de que sabe, porque lo ha visto y vivido, cómo se siente un combatiente, qué le mueve, qué siente por sus compañeros, de qué es capaz cuando está acorralado; sus miedos y sus preocupaciones… y, además, es capaz de expresarlo fenomenalmente bien. Qué más se puede pedir.

La División Azul se ha convertido en una especie de tabú en esta época tan dada a lo políticamente correcto. ¿Hay que recordarla o dejarla en el olvido?
— Durante la investigación que ha dado lugar al libro he consultado en los archivos militares los expedientes de mil componentes de la División Azul. Creo que en conjunto son una representación de la sociedad que les tocó vivir, la de nuestros abuelos. Si algo tienen en común es su voluntariedad para la campaña y su adhesión a la palabra dada. Como expresa la historiadora María Fidalgo Casares parece molestar que aquellos contingentes de hombres fueran capaces de movilizarse y desplazarse a una tierra hostil y dejarse la vida por unos ideales. Quizás los vemos con ojos de hoy, sin entender su tiempo y sus circunstancias.

Tal vez no se ve bien que defendieran al bando nazi.
— Resulta de una hipocresía sin límites estigmatizarlos por luchar junto al bando alemán sin estudiar sus circunstancias a fondo, sin saber de sus vidas, de sus familias y su realidad social. Personalmente, me gustaría que los lectores llenasen ese hueco, profundizando en los detalles para sacar sus propias conclusiones.

Krasny Bor, donde combatió la División Azul, es una de las batallas más duras del frente ruso. Los españoles estaban 13 a 1 con respecto a las tropas de Stalin y sufrieron más del 80% de bajas ¿Cómo se desenvolvieron los soldados españoles?
— Sin duda, Krasny Bor fue la batalla más dura y decisiva que libró la División Azul en Rusia. Historiadores tan sólidos como David Glandz o Carlos Caballero Jurado la consideran una de las más importantes para obtener el control de Leningrado. Se puede afirmar que su resultado, el hecho de que la línea defendida por los españoles resistiese la ofensiva soviética, permitió alargar el cerco alemán sobre la ciudad durante un año más.

¿Cómo recuerdan en su familia a José Payeras? ¿Era de Palma?
— Mi abuelo era de Palma, como lo era mi abuela y todas sus familias. En Palma estaban sus raíces y se sentían profundamente mallorquines. Murió cumpliendo lo que consideraba su deber y no puedo estar más agradecido a mi familia por el esfuerzo que hizo por trasmitirnos su legado.

¿Cómo era la vida de los mil soldados en el frente de Rusia?
— Una existencia increíblemente dura. En general se descansaba de día y se luchaba, o se trabajaba en el mantenimiento de las posiciones, durante la noche. Los soldados solían definir su vida como una vida de topo, a cubierto de los fuegos enemigos, los días resultaban monótonos, se comía lo que te daban y se descansaba cuando se podía.

Prácticamente habla de cada uno del millar de soldados que integró el batallón II del 262 Regimiento. ¿Qué anécdotas vitales le han sorprendido más?
— La humanidad del médico Ojea Rabassa, la firmeza del capitán Teodoro Palacios, el ánimo del soldado catalán Ricardo Cuadra Dotor, la entrega del joven mallorquín Antonio Balle Pérez, la bravura del alicantino Juan Ballesta, la espiritualidad de Guillermo Mir Mir… y tantas otras.

Mucha información la ha conseguido de las cartas que su abuelo enviaba a su mujer, Conchita. ¿Qué narraba en estas misivas?
— Las cartas estaban sometidas a la censura militar y, en general, apenas contaban cosas del frente. En ellas se minimizaban las penalidades para tranquilizar a las familias. A pesar de ello, reflejaban estados de ánimo y daban información sobre compañeros y amigos. Las de mi abuelo recordaban con mucho cariño el pasado en Palma y miraban al futuro de una vida familiar que por su muerte nunca se cumplió.

¿Su abuelo deja entrever que añora Mallorca?
— Desde su primera carta. Echaba de menos su comida, sus tradiciones, su clima. Escribiendo durante el duro invierno ruso, rodeado de nieve y de la miseria que trae la guerra, se imagina envejeciendo en «su» isla.

¿Ha localizado a soldados mallorquines en Krasny Bor?
— Por el libro desfilan las vidas de una veintena de soldados baleares. La mayor parte participaron en la gran batalla. Cinco de ellos, el mahonés Rodríguez Riudavets, los comandantes Payeras y Alemany, el mallorquín Moll Canals y el alférez Santandreu Cabrices dejaron su vida en Rusia, otros resultaron heridos, algunos mutilados. Hubo bastantes más en otras unidades.