Hanna, Svetlana, Olena Horodnink y Anastasiia con su bebé dándole el biberón, este martes.    | Teresa Ayuga

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Un grupo de mujeres con niños aterrizó en el aeropuerto de Son Sant Joan el domingo 27 de marzo procedentes de Polonia. Este fue su país durante unos cuantos días, tras un trayecto difícil de más de 20 días desde que salieron de su ciudad natal Járkov (Ucrania) al estallar la guerra con Rusia. Anna Mariya Mladenova, de 27 años, residente en Mallorca desde hace cinco años, ha estado en contacto con estas familias y sus hijos, entre ellos un bebé que acaba de cumplir siete meses. El plan, en un principio, no era volar hasta Palma, pero las circunstancias, o «la suerte», como señala esta joven, les ha llevado hasta un barrio volcado con esta causa.

Son Sardina ha arropado a estos ocho refugiados ofreciéndoles    cobijo, alimento, material para bebé, utensilios y demás ayuda. Un vecino, Eugenio Luciáñez, les ha prestado una amplia casa que en su día fue un hotel. Varias personas se involucraron en la puesta en marcha de esta vivienda. Trajeron sofás, colchones, mantas, lavadoras u otros electrodomésticos necesarios. Anastasiia Valiieva, Svetlana Dishkant, Olena Horodnink y Hanna, y a sus respectivos hijos de entre siete meses y 16 años de edad, viven de estas ayudas vecinales, a falta de que regularicen su situación de refugiados. «Nos pusimos en contacto con Creu Roja, quienes nos informaron que había que registrar todos nuestros datos en la Policía Nacional. Este proceso suele durar horas, pero llevamos días esperando respuesta. Y no tendremos la cita hasta mañana, día 7», dice Anna Mariya, que trabaja en un restaurante de Palma y ha sido, para esta familia, una especie de superheroína.

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Eugenio Luciáñez y Anna Mariya Mladenova, en la cocina de la casa.

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El viaje

El 4 de marzo hicieron las maletas sin intención de regresar más. En coche, estas cuatro familias y sus hijos salieron rápidamente hacia Ternópil, una ciudad ucraniana cerca de la frontera. «Desde allí tuvieron que coger un autobús que les llevó hacia Piaski, en Polonia, donde permanecieron unos días hasta que unos amigos míos pudieron ofrecerles una casa en Cracovia», cuenta Anna Mariya acompañada de las familias acogidas. Primero fue la casa y luego el vuelo hacia Palma. La joven ucraniana conoció a Eugenio a través de su jefe. Este vecino no dudó en ofrecer su casa, deshabitada hasta entonces, e instó a Anna Mariya a que vinieran todos cuanto antes. «Yo compré todos los billetes para el 27 de marzo. Cuando llegaron, estaban hambrientos», recuerdan Eugenio y Anna Mariya.

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Svetlana Dishkant besa a su nieta de siete meses.

Muchos vecinos, al saber que venían, quisieron colaborar como pudieron. «Recuerdo que, al llegar, una vecina les quiso dar un billete de 100 euros. Ellas no lo aceptaron, pero yo lo cogí y se lo di a las familias. Les hice ver que a esta señora mayor le hacía feliz dar el dinero», dice. Ahora están a la espera de escolarizar a los niños y normalizar su situación «cuanto antes». Desde la Creu Roja, apunta la joven, «no nos pueden ayudar más, ni nos han dicho cómo podemos conseguir ayudas. Dicen que ese no es su papel». Mientras, los vecinos del barrio, cada pocos días, acuden al hogar y les hacen la compra del día. Y todas ellas solo sienten agradecimiento por el alud de solidaridad que reciben.