Las manos de esta madre junto a las de sus hijos. | P. Pellicer

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Han cambiado varias veces de colegio y, aun así, la pesadilla les ha perseguido. Samantha (nombre ficticio) está sentada frente a varios informes y documentación en su casa de Inca, mientras sus dos hijos, de 11 y 8 años, se preparan para ir a hacer deporte. Son diagnósticos médicos y psicológicos que concluyen que sus hijos sufren ansiedad.

Samantha no sabe las veces que ha tocado la puerta del centro y ha puesto nombre y apellido a los niños, y también maestros, que han participado en un supuesto caso de acoso escolar. «El problema es que los padres lo normalizan. La mayoría son conscientes de que si sus hijos pegan, lo hacen mal. Pero no lo quieren ver».

El mayor se llamará Carlos para guardar su anonimato. Entró en un centro concertado de Inca a mitad de curso de 4º de Primaria, meses antes de la pandemia. Bastó el poco tiempo de clases presenciales para que Carlos sufriera bullying por parte de un compañero. «Tenía celos porque quedaba con otro niño», interviene en esta entrevista.

La madre relata que son tres niños, en concreto, los que propinan empujones y pegan a su hijo mayor. «Cuando Carlos tuvo que regresar a las aulas, en el curso 2020-2021, los centros separaron a los niños por grupos. Los profesores sabían quiénes eran los amigos de mi hijo y quiénes los abusadores. Le metieron con los abusadores en clase». Los meses pasaron con cierta tranquilidad porque Carlos no expresó nada. Un policía tutor, que ha mantenido mucho contacto con Samantha, le explicó que los padres detectan tarde un caso de bullying. «Yo veía que en clase se comportaba muy bien y en casa muy mal. Un día le vi unos dedos en el cuello».

Esas marcas en el cuello se las hizo uno de los tres alumnos en marzo de este año. La madre emitió un informe judicial al centro con el diagnóstico de ansiedad por culpa de ese menor. «Mi hijo me contó que sucedió en un partido de fútbol, le hizo un caño con la pelota, se enrabió y le cogió de cuello». Samantha confiesa que fue en ese momento que se empezó a rumorear sobre el tema por los pasillos del centro. Desde entonces, Carlos no ha contado más situaciones así a sus padres.

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«Mamá, estoy cansado; me pega y no me deja en paz». Al hijo menor de Samantha le llamaremos Gerard. Su afirmación hace referencia a un niño repetidor de su curso que llegó al centro derivado de Servicios Sociales. «Se sabe que este chico está desatendido por sus padres. Hay veces en que mi hijo ha salido llorando del colegio».

No es la primera vez que Gerard vive una experiencia así, a pesar que tiene una actitud fuerte, según una evaluación psicológica. Hace dos cursos, como su hermano Carlos, Samantha veía que hacía cosas raras, «tenía incluso pesadillas, y dormía con nosotros, pero no entendíamos por qué. Luego descubrimos que había una niña más mayor que él que le zurraba». Este fue uno de los primeros síntomas de los muchos otros que han acontecido estos últimos años en su colegio de Inca.

La situación se extrapoló también a las profesoras. Gerard se quejaba mucho de una maestra. «Es que nos grita mucho, nos hace sentir mal», le ha comentado en diversas ocasiones a su madre. Samantha asegura que su hijo ha llegado a casa nervioso y con dolor de cabeza. «Gerard también me contó que no les dejaba ir al baño en una hora determinada por normas del colegio. Mi hijo se meó en los pantalones».

La Asociación sin Acoso Escolar Mallorca, que nació hace siete años para dar respuesta a una necesidad que tienen muchas familias, está al tanto de este caso. El centro concertado de Inca es conocedor del asunto, debido a que los padres no han cesado en intentar demostrar con documentación médica, diagnósticos psicológicos que sus dos hijos padecen situaciones de abuso y que además se repite en otros niños del colegio.

«En siete años hemos atendido unos 1.400 casos. El 90 % de ellos se resuelve sin llegar a vías judiciales. Es importante no criminalizar ni a los profesores, ni centros ni a los propios niños», destaca el abogado Miguel López, fundador de la Asociación junto a Concepción Lorente.

La media de edad atendida está entre los 10 y los 15 años. López destaca que los casos que ha visto más comunes tienen que ver con violencia física, en niños sobre todo, y psicológica y de ciberacoso en el caso de niñas. «Hay más casos de bullying de los que creemos, incluso de niños que se han quitado la vida. Es importante que los centros apliquen los protocolos de actuación».