Estudiantes se examinan este martes en el edificio Gaspar Melchor de Jovellanos, en el campus de la UIB. | Miquel A. Cañellas

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El día de Selectividad es una fecha clave. Durante los dos años de Bachillerato, las asignaturas, los consejos y las advertencias giran en torno a esta prueba, por lo que es normal que, al llegar el día, los nervios jueguen una mala pasada. Quienes se han examinado guardan un preciado recuerdo de aquellos días, decisivos para algunos, en los que la ilusión, la ansiedad y las bromas entre amigos propician historias de los más surrealistas.

Fue el caso del llucmajorer Ángel Fernández, ahora de 23 años. Días antes de Selectividad acudió a Urgencias con un cuadro de ansiedad. Le recetaron Diazepam, un relajante muscular. «Llegué al examen haciendo eses». Acudió a la Universidad pálido y muy desubicado. Se había tomado la dosis máxima que le recomendaron, pero junto con la falta de sueño y los nervios, aquello fue una bomba explosiva. «Tengo lagunas, no me acuerdo ni de la mitad». Sin embargo, hay una frase que se le quedó grabada a fuego: «Recuerdo que uno de mis compañeros dijo: 'Lo voy a acompañar hasta el aula, porque sino se mata por las escaleras». Los calmantes son principales protagonistas de las malas pasadas en Selectividad. «La noche de antes tomé demasiada valeriana. Al final aprobé el examen, pero me hubiera ido mejor si hubiera estado en plenas facultades», rememora Lina Rubí, de 39 años.

A Esperança Marínez, manacorina de 29 años, los problemas le aparecieron en el temido examen de inglés. Era la asignatura que le cojeaba y en un principio fue superando los distintos ejercicios...hasta el apartado de redacción. «Nos pedían contar una experiencia personal y decidí escribir sobre un susto que tuve durante un viaje de estudios», cuenta. Expresó con detalle cómo en un río se encontró una serpiente, que le mordió la pierna. Su profesor la cogió y la lanzó de vuelta al río. Hasta ahí, todo normal. El problema vino cuando, al salir del examen, Esperança se percató de que en vez de snake (serpiente en inglés) había escrito shark (tiburón). «El examinador debió de flipar con el relato». La buena noticia fue que logró aprobar el examen. Eso sí, «con un cinco raspado», bromea.

Quien tampoco se explica cómo aprobó es Cati Vallés. Se presentó al examen de Historia del Arte sin haber cursado la asignatura. Tras hacer el Bachillerato científico, descubrió que su pasión era las Bellas Artes, por lo que no le quedó más remedio que lanzarse a la piscina con el examen. «Justo me salió una pregunta sobre el Panteón. Hacía poco que había visto un documental de dos horas en la tele, así que sabía un montón de información de ingenieros y datos raros, pero no tenía ni idea de, por ejemplo, el año en que se construyó. Me equivoqué de seis siglos», reconoce Cati. «Otra de las preguntas era 'La época del hierro'. Me vino a la mente la Torre Eiffel ¡Y era esa la respuesta!», dice aún hoy en día casi sin creérselo. Aprobó -bastante de chiripa- con un 6, la misma nota que una de sus amigas, que había estudiado durante semanas.

Carlos Álvarez Vega hizo selectividad en Mallorca en 2018. Su experiencia fue normal, salvo el segundo día. Entre examen y examen paró a la cafetería de la universidad a comer con sus compañeros. Allí, un estudiante de la mesa de al lado se desmayó, «supongo que porque no supo gestionar los nervios», dice Carlos. «Al menos, el bocadillo nos salió gratis, porque el camarero pensó que íbamos con el chico y nos lo regaló».