Los vecinos de Nou Llevant en una toma de contacto la pasada semana. | MIQUEL JULIÀ

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Arquitecturas Colectivas es una red de colectivos dedicados a la construcción participativa del entorno urbano. Estos días colaboran con una setentena de familias de Nou Llevant en un proyecto que tiene como objetivo forjar una identidad comunitaria que facilite su organización como colectivo y sus relaciones con la Administración, interlocutor necesario para la dignificación de unas viviendas olvidadas por la gestión pública y ubicadas en el corazón de un barrio en incipiente proceso de gentrificación. Aatomic Lab, que lleva años trabajando en iniciativas similares en el barrio de La Soledat, ha sido el encargado de poner en contacto a los vecinos de este bloque de 64 viviendas con un equipo multidisciplinar encabezado por el arquitecto sevillano Santiago Cirugeda, especializado en la arquitectura participativa para la rehabilitación comunitaria de barrios degradados, como Los Pajaritos en Sevilla.

Carles Gispert, fundador de Aatomic Lab e impulsor del proyecto, explica que fueron los propios vecinos los que demandaron su ayuda. «Se sienten abandonados. Ven que otros bloques están obteniendo financiación para reformas, que se construyen viviendas nuevas de alto nivel y que aquí no llega nunca ni la atención ni el dinero». La idea es dotar a los residentes «de las herramientas y los recursos necesarios para aprender a poner en marcha lo que necesiten». En el saco de esas necesidades cabe de todo, desde reclamaciones para la realización de inspecciones técnicas de edificios (ITE) a ayudas para rehabilitaciones o para la mejora de los aparcamientos. Y, lo más importante, se hace una labor pedagógica «para que no haya una espera pasiva a que eso suceda, sino activa y demandante».

El primer paso, sin embargo, ha sido la puesta en común de todas esas sensibilidades e inquietudes en un espacio conjunto, tarea nada fácil teniendo en cuenta que la convivencia no siempre es fluida cuando son tantas las viviendas implicadas. De hecho, hasta ahora estaban divididas en cuatro comunidades, lo que lógicamente debilita su voz ante las administraciones. La gran mayoría de las familias residentes son propietarias, aunque también hay viviendas en régimen de alquiler social y privado. «Todos esos avances en su organización colectiva suman legitimidad a sus reivindicaciones», señala Cirugeda. «En nuestra experiencia, contar con una identidad común genera unos vínculos que por ejemplo facilitan la entrada de inversores para presionar a la Administración».

Cirugeda subraya que el fin último que persiguen es una «gestión social del hábitat a largo plazo», y que por ello se encargarán de vigilar que la lucha no se encalle y el paso del tiempo relegue de nuevo las reivindicaciones vecinales al olvido. Máxime, apunta Gispert, cuando la gentrificación aprieta. «Es un barrio con la soga al cuello».