Ángela y Carmen Blas son hermanas, se llevan cinco años de diferencia y forman parte de una familia tan numerosa como unida. Nueve hermanos en total. Todos con su propia familia. Quizá físicamente no se parecen, pero cuando uno pasa un rato con ellas, descubre esa conexión tan especial que tienen. Sus caminos siempre han ido en paralelo. Durante años trabajaron mano a mano tras la barra de la cafetería de un centro hospitalario, primero de Son Dureta, luego de Son Espases; viven casi puerta con puerta y las dos han pasado por la experiencia de padecer un cáncer de pecho. Carmen hace 10 años, Ángela en plena pandemia, todavía se está recuperando de las secuelas psicológicas de la enfermedad. Pasó de cuidadora de su hermana a necesitar que la asistieran. Los papeles se intercambiaron. Son unas supervivientes, pero cuando les preguntas, tienen el mismo temor: «Nos da pánico que otra mujer de nuestra familia sufra también un cáncer de mama».
«Pueden hablar de medicamentos más efectivos y de que la tasa de supervivencia es cada vez mayor, pero cuando a una le dicen que tiene cáncer, eso es palabrería, el mundo se te cae encima», recuerda Ángela Blas, que terminó el tratamiento hace poco más de un año. «Cuando crees que te lo vas a tomar bien, descubres que no es así», confiesa. En plena pandemia se localizó un bulto en el pecho, y a pesar del caso de su hermana, no le dio más importancia. Después descubrirían un rosario de antecedentes de cáncer de pecho por parte de su familia paterna, en su Cáceres natal.
En julio de 2020 le retrasaron la mamografía por la COVID, hasta dos meses después no se la realizaron; luego vino la biopsia y el peor diagnóstico: cáncer. «De repente empiezas a pensar en qué será de tus hijos el día que faltes. Y tienen 36 y 27 años respectivamente, como si me necesitaran... pero da igual, no dejas de darle vueltas. Tampoco podía sacarme de la cabeza la imagen de mi hermana Carmen hace diez años, intentando bajar cada día las escaleras de casa y subirlas cuando estaba enferma, casi arrastrándose...», recuerda Ángela.
Las dos hermanas tienen muchas cosas en común, pero llevaron la enfermedad de formas diferentes. Ángela pasó por ocho ciclos de quimio, cinco sesiones de radioterapia y una intervención quirúrgica para extirpar el tumor. Entre medias del tratamiento tuvo un pequeño bajón moral. «Yo, que siempre he sido súper coqueta, pasé a ser 'la chica del chándal', no me quería arreglar, excepto cuando iba a quimio, en el hospital de día siempre me han visto como un pincel», señala Ángela.
«Como he pasado por lo mismo, a mi hermana no le podía decir 'ya verás que no es nada', sería mentirle, solo estar ahí para lo que necesitara, como ella hizo conmigo», explica Carmen, de 58 años, que aún hoy tiene pesadillas cada vez que le toca una revisión oncológica. Ella pasó también por el mismo número de ciclos de quimio, pero físicamente lo llevó peor, incluso en la última tanda tuvo que estar ingresada por lo débil que estaba. Eso sí, la moral la tenía por las nubes: «Intentaba reírme, me rapé antes de que ver cómo se me caía el pelo, me compraba pelucas en los chinos para echarle un poco de humor al tema... había que seguir adelante», al tiempo que también confiesa que estaba convencida de que iba a sobrevivir. «Me repetía una y otra vez, de esta voy a salir. Y lo logré».
La vida de Carmen cambió después del cáncer: le practicaron un vaciamiento axilar para extirparle los ganglios, porque cuando llegó el diagnóstico, ya tenía metástasis. Cuando intentó volver a su trabajo en la cafetería de Son Espases, ya no era la misma y pidió la incapacidad. Ahora, con una fatiga crónica a cuestas, que ella achaca a la enfermedad, sigue siendo optimista pero lamenta la falta de humanidad de muchos con una persona con cáncer. «Te miran raro cuando estás enferma, cuando te cambia la piel y se te cae el pelo. No basta con que una se vea en el espejo, tienes que ver las miraditas. Cuando te recuperas, tampoco eres la misma. No puedes hacer las mismas cosas, a lo mejor ni quieres hacerlas. Y hay gente que no lo entiende. Eso es duro», lamenta Carmen.
«Y por qué no abrimos el melón del trato que te dan en Inspección de trabajo. A mí me dijeron a los tres meses de terminar el tratamiento que ya estaba preparada para trabajar. Sin mirarme a la cara. Y no, no lo estaba. Me cogí todas las vacaciones atrasadas para no regresar», apunta Ángela, mientras que Carmen rememora que salió del despacho con un ataque de ansiedad: «Me llegó a cifrar el gasto que había supuesto mi cáncer a la Seguridad Social. Imagínese...».
«Cualquier mujer que pasa por un trago así es una superheroína», recalcan las hermanas Blas. «Cree en lo que quieras y necesites, como si te vuelves religiosa; confía plenamente en tu oncólogo y céntrate en ti misma. Esta es la receta que damos a cualquier mujer que pasa por un cáncer de estas características. Tenemos que cuidarnos y vivir la vida, por nosotras, nuestras familias y esas compañeras que, desgraciadamente, no lo han superado», finalizan.
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