José Luis Gonzáles del Valle cuenta cómo ha superado sus adicciones; ha pasado de vivir un auténtico infierno y querer acabar con todo a ser feliz. | Youtube Ultima Hora

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«Seré alcohólico y ludópata hasta que me muera». Así se presenta José Luis González del Valle, que ha logrado superar sus adicciones al alcohol y al juego; comenzaron cuando sólo tenía unos 18 años y llegó a gastar 1.000 euros en un día. Tras más de cuarenta años sumido en el infierno, hoy es un hombre feliz, que asegura que sólo tiene seis años, ya que ha empezado una nueva vida y hasta ha escrito un libro, 'De lágrima de Albariño a ciudad tolerancia'. Su testimonio, muy duro, es toda una lección de vida; que pone de manifiesto cómo se puede salir de las tinieblas para disfrutar de la belleza de la vida.

«Alguna vez pensé en acabar con todo. Estaba cansado de luchar cada día y decir que nunca más volvería a beber y a jugar, pero no habían pasado ni tres horas y ya estaba otra vez ahí: bebiendo y jugando», confiesa José Luis. Sus adicciones comenzaron cuando era muy jovencito, se inició en el mundo del alcohol y el juego con sólo 15 años. «Empecé a trabajar en verano y luego me iba a las discotecas; siempre me he relacionado con gente mayor y hacía lo que veía». En este punto, explica que «en aquella época no había alcohólicos, eran borrachos; y aunque estaba prohibido el juego por Franco, todo el mundo jugaba. Empecé a vivir una vida que no me correspondía; jugaba porque pensaba que iba a ganar».

Poco a poco, se fue convirtiendo en un adicto al alcohol y al juego. «Te vas enganchando sin darte cuenta, hasta que ves que te has gastado la mitad de la paga en un día. Tu carácter va cambiando, sólo piensas en beber y jugar. Cada día dices que lo vas a dejar, pero no es verdad», narra. Pese a todo ello, su vida transcurría con cierta normalidad, se casó, tuvo dos hijos y llegó a ser jefe de cocina en un prestigioso hotel. Sin embargo, reconoce que no fue un buen padre. «No era consciente de que tenía a mis hijos. Yo nunca estaba, me refugiaba en el trabajo para tener una excusa, ya que salía tarde y luego me podía ir a jugar y beber. Eran otras personas las que llevaban a mis hijos a Port Aventura y a la playa».

Tocó fondo

El alcohol y el juego se fueron apoderando de su vida. «Todo lo que hacía estaba supeditado al alcohol y al juego. Lo peor de este último no es lo que pierdes o lo que te cuesta, es que te priva de tu libertad». En el trabajo, cuando era jefe de cocina en un hotel importante, llegó a esconder botellas de vino entre las lechugas y de vez en cuando entraba «a pegar un trago». Con el tiempo tuvo que dejar el trabajo. «Yo estaba hundido, no podía trabajar, el físico no me respondía, me faltaba el aire. Me levantaba pensando en beber y jugar». José Luis reconoce que «había tocado fondo en todos los sentidos». Así, le embargaron el piso que tenía en propiedad. Posteriormente, tuvo que salir del que había alquilado porque no pagaba las mensualidades; de hecho, actualmente está haciendo frente a esas deudas. Terminó en una habitación de un piso compartido y recibiendo una ayuda del Ajuntament de Palma para poder sobrevivir. «Acabas derrotado, no reconoces que te has equivocado», añade.

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Estuvo dos año sin beber, pero no hizo terapia y volvió a caer. El 1 de junio de 2016, su hija lo acompañó a la Unidad de Problemas Relacionados con el Alcohol (UPRA) del IB-Salut. «Allí estuve sólo una semana porque cuando llegué estaba en consumo bajo porque no tenía dinero para comprar alcohol y me desintoxicaron rápido». Posteriormente, le recomendaron que fuese a las Ovejas de Mica, una asociación para el tratamiento del alcoholismo. Cuando llegó, la secretaria le indicó que tenía que abonar una cuota mensual. «Yo le expliqué que no tenía dinero, que estaba recibiendo ayuda del Ajuntament. Entonces un señor alto dijo que trajese un certificado municipal porque de allí no se iba nadie que no pudiese pagar; era Mica Cañellas», fundador del citado colectivo de apoyo a los alcohólicos.

Un antes y un después

A partir de ese momento, comenzó un antes y un después en su vida. Salió con un compromiso de las Ovejas de Mica y, con mucho esfuerzo, logró superar la adición. Sin embargo, aún tenía que librar una batalla contra el juego. «Juagaba pero no bebía y me di cuenta de que eran dos adicciones diferentes». Entonces comenzó terapia en Juguesca, la asociación que ofrece tratamiento de la ludopatía. «En la terapia puedes hablar con personas que están como tú. Pese a que lleva cinco años y medio sin jugar, sigue acudiendo cada 15 días a terapia. A su modo de ver, «para salir de una adicción la base es la humildad, no olvidar nunca de dónde vienes».

En este punto, aconseja «cortar por lo sano. Es muy difícil salir y muy fácil volver. Lo que pierdes es tu tiempo, tu vida». José Luis ahora asegura que es feliz; como ejemplo, cuenta que recientemente ha estado una semana por centro Europa. Sus hijos lo han perdonado y sus nietos son su gran pasión. Uno de sus objetivos es que tengan un futuro mejor, lejos de los riesgos que representan el alcohol y, especialmente, el juego. En este sentido, se muestra preocupado por la facilidad con la que se puede acceder al juego a través de internet y reclama a las diferentes instituciones que hagan todo lo posible para evitar esta «mafia». Argumenta que el dinero que recaudan los gobiernos con el juego y el alcohol se tiene que destinar a curar adicciones, por lo que no sirve de nada.

Una historia con final feliz

La escritura también ha sido vital en su proceso de recuperación. «Llevaba siete meses en las Ovejas de Mica, tuvimos una terapia muy dura y cuando llegué a mi habituación no tenía tele ni móvil; estaba sólo y hacía frío. Entonces cogí un boli y me puse a escribir. Cuando me di cuanta eran las 7 de la mañana. Al día siguiente, cuando volví de la terapia, seguí escribiendo». El resultado fue un libro, con el que espera ayudar a otras personas que tienen los problemas que él padeció. Lo tituló 'De Albariño a ciudad tolerancia' porque «Albariño era la marca de vino que bebía cuando tenía dinero; cuando no, consumía tetrabriks». Ciudad tolerancia es el mundo que ha creado él, en el que habita ahora. «Por una vez en mi vida fui capaz de acabar algo. Podía haber llegado mucho más lejos como cocinero, no finalicé la educación de mis hijos; lo primero que concluí en mi vida fue mi libro. El punto final me dio fuerza para seguir adelante».

Pese a que su historia a terminado con final feliz, insiste: «Yo soy un enfermo». De hecho, este reconocimiento lo utiliza como una coraza para no volver a caer en las adicciones, que llegaron a arruinar su vida. «No me importa que sepan que soy alcohólico, es una coraza para mí, para no volver a caer. Algún día, la sociedad avanzará y permitirá que las caretas se caigan al suelo y veamos a seres humanos». Para concluir, confiesa: «Yo me he encontrado a un tío en el espejo de mi cuarto que es de puta madre y no lo conocía. Me llevo bien con la soledad porque me aguanta, yo antes me la bebía».