José María Vera, director ejecutivo Unicef España. | Jaume Morey

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Tras una década en Oxfam como director ejecutivo, y una larga trayectoria en el mundo de la cooperación y el tercer sector, José María Vera (Madrid, 1965), que se formó como ingeniero químico, aterrizó el año pasado en Unicef España para coger las riendas de la dirección ejecutiva. Ha sido un año de grandes retos, porque después de una pandemia, vinieron guerras y una importante inflación que quien más están sufriendo las consecuencias de todo esto son los niños. «Habrá 100 millones más de menores en riesgo de pobreza debido a la pandemia. Y todavía no tenemos los datos de este año que, con el conflicto en Ucrania, el impacto será mayor», enfatiza.

Hay casi mil millones de niños con pobreza multidimensional y 385.000 en situación extrema. ¿Es una injusticia irreversible?
— No hay ninguna injusticia irreversible mientras no se haga definitiva o muera. Hace falta esperanza y una base de trabajo que, precisamente, se ha ido haciendo desde Unicef y durante décadas para reducir los datos de pobreza. Sin embargo, es cierto que con la combinación de la guerra en Ucrania, la inflación y la crisis alimentaria, y el cambio climático, los indicadores de pobreza infantil están yendo para atrás. Pero si pudimos mejorar situaciones peores, volveremos a hacerlo. La humanidad tiene la capacidad, la obligación y los recursos para erradicar la pobreza infantil.


¿Cómo era la radiografía hace 75 años, cuando se fundó la organización que preside?
— El ámbito de la infancia ya se ha convertido en un referente del ámbito humanitario. Hay un hito crítico y es que hace más de 20 años, cuando se aprobó la convención sobre los derechos del niño, el panorama cambió y se empezó a hacer una acción humanitaria desde un enfoque de derecho, como sujeto de participación, con voz propia, y con una orientación hacia las políticas públicas.

¿Hacia dónde tienen que ir ahora esas políticas para combatir la pobreza infantil?
— En mejorar las condiciones estructurales, es decir, tenemos baja calidad de empleo que, sobre todo, afecta al trabajador pobre, a esas familias monoparentales –en especial a las mujeres–, y no les permite salir de la pobreza. Todo esto, combinado con el alto precio de la vivienda y que se suma ahora la inflación que, en el caso de los alimentos, supera el 16 %. Por otra parte, hay una baja protección social y poca inversión en la infancia. Es cierto que ahora se ha anunciado la prestación por crianza, que creemos se incluye en los PGE de 2023, y una política de becas, pero todo esto no es suficiente para conseguir una protección social focalizada en el menor.

Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es poner fin a esta pobreza que va a más.
— Los últimos datos de AROPE destacan que la tasa de pobreza creció un 0,9 % en la pandemia y un 1,7 % en la infancia: hay más pobreza infantil que pobreza general. Pero el dato más chocante es que el 10,5 % de los niños españoles están en situación de privación material severa: toca elegir si comer carne, comprar cuadernos del cole o pagar calefacción. En Balears, la pobreza infantil es de un 4,5 %, por debajo de la media.

¿Cuáles son las causas que originan la desigualdad entre la población?
— Sobre todo, las encontramos en el ámbito salarial, donde tenemos muchas diferencias a pesar de los pasos dados por el Gobierno -el Ingreso Mínimo Vital, que ha sido clave, dice José María Vera-. Pero también hemos tenido desigualdad fiscal: se recauda poco y se recauda mal; no hay hacienda pública y eso que este año va a mejorar la recaudación. Aparte, el coste de la vida, que dificulta tener una vivienda digna. Y finalmente, no existen políticas públicas robustas.

¿Un menor nace pobre o se hace pobre?
— El factor nacimiento es determinante, máxime en un tiempo como es el que estamos, y máxime en un país como España que es de los más desiguales de Europa. El ascensor social –el cambio de una clase social a otra– en unos casos funciona pero en otros no y por lo tanto repercute en que si una persona nace pobre, los hijos de éste posiblemente lo sean. Hace falta romper esto a partir de una buena educación pública, sanidad pública y protección social para garantizar a los menores sus derechos.

¿Qué países en desarrollo eran seguros para el desarrollo del menor y ya no lo son por el cambio climático?
— Por poner una situación que conocí bien, antes de la pandemia visité Chad (África) y el lago Chad se ha reducido a menos de la mitad de su dimensión. Por lo tanto, muchas familias agricultras de la zona tuvieron que desplazarse. Allí, a pesar de ser personas vulnerables, podían vivir con cierta dignidad. Pero han tenido que abandonar sus hogares y las escuelas debido al cambio climático. Y esto se junta con el conflicto en Boko Haram. Así que ahora esta población del lago Chad se encuentra en zona desértica, sin nada, y dependiente de la acción humanitaria como Unicef u Oxfam. No hace falta fiarse de los informes científicos de escenarios que vendrán porque ya ocurren y yo los he visto. A estos niños se les ha cortado las posibilidades de vida.

¿Cómo está impactando el cambio climático en la pobreza infantil?
— Unicef fue la primera ONG en hacer un informe sobre la afección del cambio climático y el menor en España. La situación no es comparable con otros países como los del sahel o como el cuerno de África, pero desde Unicef apoyamos a los activistas jóvenes que conectan la desnutrición infantil con el cambio climático. Cabe destacar que las zonas más vulnerables del planeta son, precisamente, las que menos han contribuido en las emisiones de gases de efecto invernadero y, en cambio, son los que más sufren el impacto.

¿Y la digitalización ha incrementado la desigualdad?
— Aquí vemos tres aspectos. El primero es que hay acceso desigual a internet. Durante el tiempo de COVID-19, unos pudieron estudiar online pero otros no. Otro aspecto es el mal uso que dan a internet y genera adicciones. Y el tercer aspecto es que internet es un lugar inseguro para el menor porque entran rápido y fácilmente y pueden sufrir acoso. Hace falta actuar en este aspecto con los niños, las familias y los proveedores.

¿Qué retos quedan por conseguir? Veo uno que cuesta erradicar: el matrimonio infantil.
— Sea matrimonio infantil, secuestro o acoso, todos estos aspectos hablan de una situación vulnerable, de desprotección pero también de pobreza. El matrimonio forzado no solo es cultural, también tiene que ver con una situación de privación del menor por no poder asistir al colegio o con bajo nivel educativo. Hace falta incidir en estas prácticas. La educación aquí es clave.