Vanessa Sánchez dejó su trabajo en 2020 para estudiar un FP superior y cambiar de vida. | M. À. Cañellas

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Reinventarse a los 40 es posible. Y la mallorquina Vanessa Sánchez es un buen ejemplo. Han pasado casi tres años desde que decidió echar el cierre a su negocio y empezar de nuevo. Quién se lo iba a decir a esta licenciada en Magisterio, con una escoleta en propiedad, tres trabajadores en plantilla y casi 30 niños de o a 3 años correteando por sus pasillos y otros 15 más esperando matrícula para la temporada de verano que el confinamiento por la COVID-19 le brindaría la oportunidad de echar el freno, recapacitar sobre el futuro y empezar de nuevo: «De repente pasé de impartir lecciones a recibirlas junto a chavales que no pasaban de los 23 años».

Dar un giro a tu vida no es fácil, y mucho menos a ciertas edades, cuando crees, o te hacen creer, que tienes que estar asentado, y hay pocas cosas nuevas por experimentar. El 15 de marzo de 2020 nos cambió la vida para siempre. La pandemia de coronavirus llamó a nuestra puerta con virulencia y nos tocó dejar nuestra vida en stand by. Vanessa Sánchez, por ejemplo, cerró un día la puerta de su negocio, la escoleta que regentaba en Portol desde hacía un par de años, sin saber que no volvería a estar rodeada de niños.

«El confinamiento fue como una tormenta perfecta para dar un paso adelante. Mi padre había muerto hacía poco tiempo, y ese tipo de episodios te obligan a echar la vista atrás y recapacitar; además, había pactado una subida del alquiler del local con mi casero; y si no fuera suficiente, cuando volvimos a salir a la calle, me encontré con unas restricciones leoninas para poder seguir abiertos -recuerda Vanessa-. Nos veíamos obligados a estar en la escoleta con bata, guantes, mascarilla y una pantalla. ¿Cómo interaccionas un peque con toda esa parafernalia? No era mi manera de dar clase, no me sentía a gusto con esa forma de trabajar. Así no educo, me dije».

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Vanessa tuvo suerte. Para embarcarse en un nuevo capítulo de su vida contó con el apoyo incondicional de de su marido y de su madre. «Dejó de entrar un sueldo en casa, pero siempre conté con la complicidad de mi familia; incluso los días en los que pensaba que había tirado mi vida por la borda. Porque de esos días también hubo mientras estudiaba», apostilla esta mujer, que se sentó a mirar la oferta formativa más adecuada para ella y decidió estudiar el FP Superior de Asistencia a la Dirección.

La formación profesional se ha convertido en una salida cada vez más interesante, y una apuesta para las instituciones, que tratan de doblegar la tasa de abandono escolar en Baleares. Así, el II Pla Integral de Formació Professional del Govern duplicará el presupuesto del actual y contará con 811,4 millones de euros, que se invertirán hasta 2025 con el objetivo de que ese año haya 22.000 alumnos cursando estos estudios. Ahora hay 19.760 matriculados en ciclos de FP básica, grado medio y grado superior. De la partida global, 119,8 millones se destinarán a impulsar la formación dual intensiva (que combina aprendizaje en el centro con prácticas en empresas) con el fin de llegar a tener 2.000 alumnos.

Una imagen de Vanessa Sánchez en su escoleta, antes de la pandemia.

Vanessa Sánchez ha sido una de esas alumnas. «Ahora echo la vista atrás y me doy cuenta de la suerte que he tenido. Volver a recibir clase, de ofimática, por ejemplo, que yo he formado a alumnos mayores... fue un shock. Llegué a una clase en la que mis compañeros tenían 18 años, 23 la mayor. Les llamaba cariñosamente 'mis bebés'. Algunos venían a estudiar a casa. Menudas vueltas que da la vida», confiesa Vanessa, que no se arrepiente de haber dado el paso. Empezó prácticas en una cadena hotelera y se ha quedado trabajando como auditora interna y cajera central. La reincorporación al mundo laboral fue un éxito.