Azul (Palma, 2012) en el recreo del colegio siempre se juntaba con un grupo de chicas. Era el único chico que había en el grupo. Se sentía una más, pero todo el mundo lo veía raro. «¿Por qué no te vas a jugar a fútbol con los chicos?», le preguntaban de forma recurrente. Con su grupo de compañeras se sentía más libre, «más yo misma», cuenta, mientras que en ambientes masculinos no estaba a gusto y no entendía por qué. Fueron muchas noches y dolores de cabeza los que llevaron a Azul a comprender el origen del dilema. Con apenas cinco años, en una comida familiar durante las vacaciones de verano, se envalentonó a comunicárselo a su madre.
-Mamá, yo ya no quiero ser el príncipe de la casa...Yo quiero ser la princesa.
-No te preocupes, serás princesa.- respondió su madre, Inés Machado.
Nunca había oído hablar de la transexualidad, «no sabía que existía. Era algo nuevo, como si lo hubiera creado yo misma», explica con aplomo y una madurez inaudita en una persona de su edad. A sus padres no les pilló por sorpresa. Desde que era muy pequeña, habían percibido comportamientos femeninos e incluso los profesores les habían advertido que Azul se pintaba como niña en los dibujos del colegio. Ese mismo fin de semana fueron de compras. «Azul, puedes coger lo que quieras», le animaron sus padres al entrar en una tienda. Ella escogió un vestido de flores. Y lo llevó el primer día de colegio, en septiembre. «Me sentí muy a gusto, muy libre, muy yo. Ese era mi sitio», expresa.
Reacciones
Sus amigas no actuaron de forma distinta cuando Azul comenzó a vestir como lo que se sentía, una chica. «Era como si siempre hubiera sido así. No respondieron de ninguna manera ni me pidieron explicaciones. Simplemente me dijeron que estaba muy guapa», comenta. Este tipo de reacción fue la norma, aunque hubo alguna excepción. Una de las familias de la clase de Azul pidió al centro que su hijo no se sentara en la misma mesa que ella. Desde el colegio, organizaron sesiones formativas con las familias del aula para abordar el tema y a los padres del conflicto se les respetó sus creencias, pero se les insistió en que el colegio tenía sus normas -relativas a la igualdad y a la diversidad- y que se tenían que acatar. «Hay gente que no lo entiende, que se ríe o se burla...Pero ni caso. Yo sigo a lo mío, con la gente que me quiere y haciendo lo que me gusta», reivindica Azul que, pese a ello, muestra afán divulgador. «Las cosas están para explicarlas», recalca.
Sus pilares fundamentales son, sin duda, sus padres, siempre a su lado. «No lo vivimos con angustia, sino con total naturalidad», asegura su padre, pese a que ninguno de los dos tenía ni idea de la transexualidad. Basados en una crianza respetuosa, sin juguetes ni etiquetas sexistas, han intentado no condicionarla y dejarla ser, desarrollándose libremente; una filosofía, no compartida al principio por toda la familia. Hubo miembros que sufrieron -como se da en muchos casos- un duelo, al sentir que perdían a un niño, pero que, apuntan, después ganaron a una niña.
Cuando nació, sus padres y su hermano escogieron el nombre por sorteo: Azul Axel Ian, pero el Registro Civil vetó el nombre de Azul por considerarlo de mujer. La decisión se quedó sobre el papel, porque en la práctica, Azul siempre ha sido Azul, y así se han dirigido a ella siempre. Lo ha mantenido, porque se siente identificada con él, al contrario que con su nombre oficial. Su color preferido es el negro, porque le recuerda a las pesadillas que superó de pequeña. Destaca, además de su madurez, la vitalidad y alegría que desprende. Se la ve feliz, con muchas ganas de vivir: hace teatro musical, baila y pinta. De mayor quiere ser diseñadora de ropa, para confeccionar prendas diferentes, fuera de la norma. A todo aquel que pase por su misma situación, niños o adultos, Azul recomienda comunicarlo a alguien cercano, «porque te alivia y te hace sentir mucho mejor». Y termina con una sentencia evidente, pero profunda: «Tienes que ser como tú realmente sientas que quieres ser».