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Las intensas lluvias de la borrasca Juliette que azotaron esta semana la isla provocaron un enorme socavón en las Avenidas, que sacó a relucir los restos de un baluarte de la muralla renacentista de la que fue la última muralla de Palma. El agujero y su consiguiente reliquia histórica aglutinaron de inmediato la atención de muchos mallorquines, algunos de los cuales aprovecharon el miércoles festivo para ver in situ el contrafuerte hasta entonces soterrado. El baluarte volvió bajo tierra apenas tres días después, pese a la reticencia de algunos palmesanos. Sin embargo, aún hoy, siglos después, pueden encontrarse en un paseo por Ciutat numerosos vestigios de las dos últimas infraestructuras defensivas que protegieron a los habitantes de tiempos pasados de ataques turcos, británicos y franceses.

El primer cercado de Ciutat data de la Antigüedad o de la Alta Edad Media. Los historiadores lo atribuyen a los romanos o a los bizantinos y abarcaba la zona más antigua, el barrio histórico, en los alrededores de la Seu. Ninguna parte ha sobreivivo a los más de mil años que han trascurrido desde entonces. Ya entrado el siglo XI, explica el cronista de Ciutat Tomeu Bestard, en tiempos de la Palma islámica, se construyó el segundo anillo amurallado. Los musulmanes llevaron a cabo una gran ampliación de la ciudad, que pasó de ocupar tan solo la zona de la Catedral a llegar hasta lo que son hoy las Avenidas. Destacaba de esas murallas su escaso grosor y su gran altura: «No había artillería que provocase agujeros en la pared, sino que solían subir para llegar al interior, de ahí estas características», subraya Bestard.

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Ese mismo recinto fue el que se encontró Jaume I cuando conquistó Palma en 1229, entrando por la Porta de Santa Margalida. Los más conocedores de la historia y recovecos de Ciutat sabrán que en el carrer Sant Miquel, a la altura del número 66, si se asoman a la cristalera, se puede ver aún y en perfecto estado parte del ‘bastionet' de la puerta, donde se guardaba el polvorín en la época medieval.
Del segundo anillo también queda la Porta des Camp, ahora en pleno proceso de rehabilitación para recuperar el puente y el foso. Más desapercibidas pasas la Porta de El Temple y la Porta de la Mar, dos vestigios de las antiguas entradas a la ciudad islámica; la primera, notablemente degradada y la segunda, de origen islámico y con añadidos cristianos, ahora acoplada por completo a la arquitectura actual.

La muralla islámica pervivió durante toda la época cristianas hasta 1576. «Del mismo modo que Juliette provocó el socavón de Avenidas, antes las kilométricas murallas sufrían constantes agujeros y daños por el viento, la lluvia y los ataques. Las reparaciones eran frecuentes y suponían importantes gastos para la hacienda pública», apostilla el cronista. Sin embargo, el avance de la artillería en el siglo XVI dejó obsoleta la infraestructura. Los cañonazos provocaban enormes agujeros en las finas paredes, lo que, en medio de las agresiones otomanas que sembraban el terror por las costas mediterráneas, urgió a construir una nueva defensa para que la ciudad pudiera resistir a los enemigos exteriores.

Mapa de Antoni Garau de la Palma de 1644, en el que se pueden ver las murallas renacentistas que no se derribarían hasta 1902.

Así, se derribó la muralla y, aprovechando ese mismo trazo, se construyó una más gruesa, no tan alta. La primera línea de mar -el Passeig Sagrera y la zona de la Seu hasta la Porta des Camp- es un perfecto testimonio de ello. Bajo tierra, aunque a la vista, también se hallan restos de las partes inferiores de los muros en el aparcamiento de Via Roma, así como a lo largo del torrent de Sa Riera. Entre las innovaciones defensivas, cada ciertos metros se erigió un baluarte, como el Baluard de Sant Pere o el Baluard des Píncep. Con forma de puntas salientes, a los que se les sucedía un foso y una pared (llamada contraescarpa), se colocaban ahí los cañones para contraatacar y dan forma al actual zigzagueo que tienen las Avenidas. En 1902 se acabó derribando el cercado con el fin de abrir la ciudad. Se tiraron paredes y torres y se soterraron las partes inferiores y los fosos, que hoy sirven como cimientos a los edificios de la primera línea de Avenidas.