«Era un caballero» fueron las tres palabras que más se repitieron en el homenaje que la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación dedicó este martes a Rafael Perera Mezquida, fallecido el pasado mes de enero. El exmagistrado y letrado, Antoni Monserrat fue uno de los que usó el calificativo y sumó «un perfecto abogado y un excelente magistrado». En la sesión se repasaron juicios ya casi de leyenda en los que intervino Perera.
El catedrático Joan Oliver recordó que la primera vez que le vio fue en 1977. Defendía a un hombre que había matado a su mujer y sus cinco hijos y afrontaba una posible condena de muerte. Recordó su conocimiento del caso, del Derecho y de la Filosofía y su despliegue para conseguir librar al reo del patíbulo. Lo consiguió. «Años después supe que le había defendido de oficio». Monserrat, contó cómo coincidió con él en su primer juicio en la Audiencia, cuando Perera ya era un penalista reconocido. «Interveníamos en el ‘caso Chíngale, Chíngale', un crimen en el Barrio Chino y tuve la suerte de tenerle a mi lado. Le pedí consejo, me lo dio y nos absolvieron a los dos clientes».
Miguel Masot, también exmagistrado y académico, conoció a Perera en los años 50. «Fui a la notaría de mi padre y me lo presentó. Estaba decepcionado porque no había tenido suerte para las oposiciones a notario. Dios escribe con renglones torcidos». Después coincidió con él como pasante en el despacho de Andrés Rullán, «el gran maestro de abogados del siglo pasado».
Destacó que Rafael Perera, con los años «llegó a lo más alto». Puso como ejemplo su trabajo como magistrado en el TSJIB, «se colmó una aspiración para él». Destacó que, en esos años, «fue el ponente de la sentencia más importante en materia de derecho civil propio». Masot citó el último correo electrónico que le envió Perera pocos antes de morir: «Estoy en los días más felices de mi vida porque me falta muy poco para ver a Dios».
Monserrat recordó el viaje a Argentina, él como juez, Perera como abogado por el ‘caso Mapau' y quiso destacarle como «esposo, padre y creyente». Esa dimensión fue también puesta en valor por Oliver Araujo, con quien coincidió en el Consell Consultiu. «Tras sus formas suaves había un caballero de la vieja escuela. Para él, la defensa no solo era un deber moral, sino ético y derivado de su convicción religiosa». Recordó que Perera hablaba contra la maledicencia porque envenena sin más.
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En mi trabajo lo atendí en un par de ocasiones. Un hombre amable y exquisitamente educado. Un Sir. Un señor.