María y Tomeu no son María y Tomeu, salen de espaldas porque pese a llevar años sobrios nunca se sabe si volverán a caer y el alcohol condicionará de nuevo sus vidas. | M. À. Cañellas

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Lo normal cuando eres alcohólico es que tengas ganas de beber. Parece fácil de entender pero no todo el mundo profesa esta empatía, con la que reciben a los nuevos en la Asociación de Alcohólicos Anónimos de Balears que ayer celebró los 88 años desde su fundación, en 1935, en Ohio.

Su gran baza es encontrarse en las reuniones de igual a igual porque «nadie quiere ser alcohólico, avanzas tú solo hasta cruzas la línea. Lo ves, lo notas, te das cuenta pero no lo puedes controlar», advierten desde dentro. Y ¿cuánto dura el proceso de recuperación? «Toda la vida», responden. «Esto es para siempre». Hay gente que acude unos años, los hay que desaparecen y vuelven a ir, «no todo el mundo aguanta», señalan, «por eso es anónimo».

María :«Toqué fondo cuando vi que yo no quería esa madre para mis hijos»

María es un nombre falso para esta historia verdadera. Lleva 21 años sobria. Tuvo una depresión a los 33. Un postparto difícil y dos niños muy pequeños, una situación laboral y económica complicada… «Para salir de esto empecé a quedar y me tomaba dos cervezas, que luego pasaron a cuatro; luego abría una botella en casa mientras bañaba y daba de cenar a los niños, y al final cuando los metía a dormir, yo, ya… ancha es Castilla».

Beber se convirtió en una necesidad que si bien al principio iba justificando al final «llegó la locura y me quedé sin excusas», relata. «Toqué fondo cuando me di cuenta de que ya no era quien había sido, ni que quería ser, pero sobre todo cuando vi que yo no quería esa madre para mis hijos». Lo primero que intentó fue dejar de beber con la ayuda de psicólogos o psiquiatras, «el problema es tener los suficientes recursos emocionales para no recaer», pero su llegada a Alcohólicos Anónimos fue definitiva, «empiezas a escuchar testimonios con los que te sientes muy identificado».

TOMEU: «Me tenía que parar en cada gasolinera para beber. Al final del día eran 40 latas de cerveza»

El padre de Tomeu (nombre ficticio) falleció a los 14 años. Era el pequeño de siete hermanos y se vino a Mallorca a vivir con uno de ellos, aunque «los dos éramos unos críos». A los 15 ya conocía el alcohol. «Siempre me relacionaba con amigos mayores que yo. Tenía problemas de autoestima y bebiendo encuentras a tu poder superior», relata. «Trabajábamos juntos en hostelería y por entonces podías beber lo que te daba la gana. En los negocios pequeños y familiares el consumo de alcohol era el pan nuestro de cada día», recuerda.

«Cuando me preguntaban ¿cuánto bebes? Decía: lo normal. Nunca cuentas la verdad porque eres un mentiroso compulsivo». A los 23 estuvo tres meses en la asociación, cuando «mi vida era un puto desastre». Después siguió 20 años más consumiendo pero «ya no bebes igual, el sentimiento de culpabilidad es tremendo», añade. Durante este tiempo se justificaba. Bebía porque tenía una mala racha, o un mal día. En su interior algo le aseguraba que en esta ocasión sólo sería una cerveza. En esos años ingresó hasta en cinco ocasiones en una clínica.

«Yo me he levantado a las 4 de la mañana para ir a trabajar a las 9, y me he tenido que tomar ocho copas antes de salir para poder conducir sin temblar. Era una locura», recuerda. Su alcoholismo fue muy avanzado, era conductor y «los dos últimos meses me tenía que parar en cada gasolinera para beber. Al final del día igual eran 40 latas de cerveza». Un día se rompió. «Te rindes, das el paso porque no solo no puedes. Yo me convertí en un monstruo. Si mi hija me veía por la calle se cambiaba de acera para que no la viese». Tomeu lleva 9 años sin beber alcohol.