Aurora Barrera, sonriente como pocas, cuelga la bata y dice adiós a 42 años de profesión, 35 de ellos ligados a la UCI pediátrica, como enfermera y supervisora, primero en Son Dureta y luego en Son Espases. Y lo hace con el cariño de sus compañeros y el recuerdo de centenares de niños que han pasado por sus manos y que ahora viven su vida y están sanos gracias a sus cuidados y a los de sus compañeros de equipo: «Los nombres se diluyen con el tiempo, pero recuerdo todas las caras de los niños y de muchos padres que han pasado por la unidas de cuidados intensivos infantil. De los que hoy viven y de los que no pudieron superarlo. A esos los llevamos muy adentro, siempre con nosotros», apunta.
Memoria viva
Esta profesional es la memoria viva de la evolución que ha vivido una unidad que vio nacer y madurar hasta lo que es hoy en día, el servicio de referencia para todas las Islas. Curioso, en un principio no estaba destinada a trabajar como sanitaria, ya que toda su familia era docente, pero siguió el ejemplo de varias amigas y optó por la sanidad. Formó parte de la última promoción de la escuela de enfermería de Son Dureta, que dependía del hospital Sant Pau de Barcelona, y que incluso contaba con un internado para las alumnas que procedían del resto de Islas. Corría el año 1980, un año después la UIB ya empezaría a contar con su propia formación reglada de enfermería.
Aurora Barrera comenzó a trabajar en la clínica Juaneda, cuando era un «hotelito para extranjeros» y no existían las UCI como tal en las clínicas privadas. Es más, Aurora y una compañera la pusieron en marcha ‘desde los cimientos', aprendiendo de organización, de contratos comerciales... De noche y los fines estaban al mando del servicio una enfermera y una auxiliar para gestionar ocho camas. Si había una urgencia, tenían que llamar al ya extinto servicio Ángel 24, una centralita que se encargaba de localizar en el busca al médico de guardia: «Si estaba en casa, no había problema, pero si estaba fuera, tenía que buscar un teléfono rápido».
De ahí pasó a Mare Nostrum, actualmente la clínica Rotger, y poco después a Son Dureta, ya para trabajar en la UCI pediátrica, que pasó por diversas localizaciones del hospital. «Me pasé los primeros meses muerta de miedo, porque todo era nuevo para mí y cuidar de niños es muy diferente que hacerlo con adultos. Siempre iba acompañada por una enciclopedia especializada que me aprendí como el padre nuestro», señala.
Allí formó una gran familia hasta hoy en día. El servicio era y es otro mundo. Entraban bebés de pocos días y chavales hasta 14 años. Unos recalaban en la unidad unos días, algunos pasaban más tiempo, como Pedrito, que sufría espasmos y se le cerraba laringe en cualquier momento, y se pasaba el día correteando por la UCI; otros, como Rubén y Aroa, pacientes crónicos, llevan la friolera de tres décadas con ellos: «Los niños son más duros que los mayores y olvidan el sufrimiento fácilmente. Sacarlos adelante es la mejor de las recompensas», explica Barrera, que recuerda haber pasado horas cosiendo, confeccionando disfraces, haciendo juegos para los niños que estaban hospitalizados.
«Piense que hasta que los padres pudieron estar en la UCI, éramos nosotras las que suplíamos las carencias afectivas de los niños. Eso ha cambiado para bien», agrega Barrera, que se despide de la enfermería con la sensación del trabajo bien hecho, con corazón y cariño. No hay mejor despedida posible.
4 comentarios
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Enhorabuena! Que sea muy feliz y no se olvide de sonreír.
Ja queden pocs profesinals aixi. Bona jubilacio
Enhorabuena por esa tan merecida jubilación
Menos politicos, menos chiringuitos, menos enchufados y empleados publicos y mas personal vital como esta señora ejemplar que ha salvado vidas