El escritor José Carlos Llop. | Jaume Morey

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José Carlos Llop (Palma, 1956) publica Gomila 70’s, un encargo de Lorenzo Fluxá para recuperar un pedacito de la historia de El Terreno, un barrio que durante muchos años ha estado inmerso en una espiral de degradación y que ahora renace.

En los años treinta, esta plaza ya era muy cosmopolita, como lo sería también en los años 60 y 70. ¿Qué tenía de especial?
La luz es la más bonita de Palma, su cercanía al mar y el Castell de Bellver… Gomila era la capital de El Terreno, un sitio suficientemente curioso para que, a la hora de explicarlo, puedas hablar de un fragmento de Saint Tropez, con actores y artistas, y del bar Rick’s de la película Casablanca. Además del aspecto contracultural a través de la música anglosajona y Tito’s. Todo esto configuró un territorio independiente, donde las conductas eran más liberales que en el resto de la ciudad, dominada por la Iglesia. El franquismo no existía en Gomila. Era un lugar para vivir con intensidad y felicidad. Trato el papel de El Terreno por lo que ha representado para Palma y los mallorquines. Hay dos barrios entre los que nos hemos movido siempre en el siglo XX: el Casco Antiguo y El Terreno. El primero era tradición y el segundo modernidad, donde los indianos que hicieron fortuna construyeron sus casas con árboles traídos de Puerto Rico y otros lejanos países.

¿En qué medida diría que la plaza le ha influido en su vida?
Influye todo lo que vives, pero en la época de formación, en la juventud, se vive de forma distinta, deja huella. Debía ser diferente vivir en una ciudad de Castilla que en esta, muy cosmopolita. Aquella parte era contemporánea a su propio tiempo, tenías la sensación de vivir el Swinging London y el festival de San Remo, todo condensado en un mismo punto. Quieras o no determino, una visión y una concepción del mundo. Te regala una hermenéutica, una forma de interpretar la vida. No es lo mismo vivir con una hoja parroquial que con la Paris Match.

¿Es su madalena proustiana?
No, la verdad es que tengo otras. La memoria de los escritores favorece la de los lectores y cada uno tiene su visión.

Escribe sobre el pasado, pero está en contra de la nostalgia.
Absolutamente, no sirve para nada y empeora al individuo. Es importante que los sentimientos sean creativos porque la nostalgia es paralizante. La melancolía da capacidad de meditación y placer, mientras que la nostalgia implica lamerse las heridas. Las personas tienen tendencia a lamentar lo perdido y lo confunden o inventan.

En esos años usted incluso vio a la actriz Marlene Dietrich. ¿Qué figuras relevantes frecuentaban esa zona?
Un par de amigos la vimos al lado de Tito’s. Es un episodio generacional, como otro amigo que vio a Ray Charles. El yo es un territorio de creación, no lo cuento desde el mérito de haber visto o estado, es una geografía.

El libro se lo encarga el Grupo Camper, artífice de una Gomila que nada tiene que ver con la de su juventud. ¿Cómo convirtió un encargo en algo propio?
Depende de la habilidad del escritor, pero cuando la materia en la que trabajas es algo que has vivido es más fácil. Llorenç Fluxá leyó En la ciudad sumergida, donde había tratado algún aspecto de Gomila, y me hizo el encargo como una manera de recuperar la memoria de la plaza, que ciertamente han sacado de la miseria y la decadencia.

Se podría decir que de los colores vívidos de los años 60 y 70 en este rincón de Palma, se pasó a otros muy oscuros hasta ahora, en que vuelven a resplandecer.
Gomila era un territorio muy colorido, no solo en cuestión de fachadas, la luz es maravillosa, como decía. El paisaje humano, los personajes, la ropa de la gente... una maravilla. Mirabas y había personas salidas de la Paris Match y hippies, pero luego se ensombreció y estuvo dejada de la mano del hombre. No sabías por qué pasaban las décadas y nadie se ocupaba. Al final, no han sido las instituciones, ha sido una iniciativa privada la que ha tomado las riendas y ha devuelto esos colores.