La historia de un travesti en Mallorca. | Jaume Morey

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De pequeña, o de pequeño, se probaba las faldas que veía en su casa. La dualidad que tiene es su pasión. «He estado 46 años sin sacar mi lado femenino, pero desde hace cinco estoy en paz conmigo misma: me gusta vestirme de mujer y me encanta el maquillaje. Soy travesti», dice Yasmin Olmo, de 51 años, una mallorquina, o mallorquín, que se dedica al sector del transporte.

En este reportaje, nos referimos a él como ella, porque a Yasmin no le importa con qué género le mencionen. Yasmin es un hombre que le gusta sentirse fémina. Está con una mujer desde hace 29 años, y hace once años se casaron. «Este nombre lo escogí en honor a mi mujer, porque hubiera querido llamarse así cuando nació. Ella es mi gran apoyo, tengo una persona maravillosa a mi lado», dice mirándola a los ojos durante la entrevista, y su mujer le guiña un ojo.

Yasmin ha vivido encerrada demasiado tiempo. Solamente en su intimidad se vestía con faldas y vestidos. Se maquillaba y se ponía pelucas. Nadie sabía nada, tan solo su mujer. «Me di cuenta que mi lado femenino era mucho más alto que mi lado masculino, pero esto no quiere decir que me gusten los hombres, que quede claro que no soy homosexual, pero me gusta sentirme mujer», subraya.

Los inicios de su dualidad fueron dulces por un lado, pero amargos por otro. «Viví muchos años en una batalla interna que no puedo describir. Pensaba constantemente por qué me gustaba vestirme así, y no sabía si estaba haciendo lo correcto. Pero es que era feliz así».

Ser libre

Hace solo cinco años que dio el paso. Ha pasado de esconderse en casa a salir a la calle, a acudir a fiestas, ir a comprar y a cualquier evento que le salga vestido de mujer. «Cuando quise anunciar mi dualidad, reuní en días distintos a varias parejas de amigos. Mucha gente que pensé que jamás me apoyaría, lo hizo. Eso fue bestial», recuerda.

Para Yasmin, el ser ella misma le ha llevado a adelgazar 25 kg para verse bien con los vestidos, a mejorar su autoestima y a cuidarse mucho la piel. Lo más complicado, comenta, «es que destaco mucho por la calle porque mido 1,97 metros. Es cierto que las miradas ya me dan igual, pero recuerdo que tuve dos episodios de insultos. Uno fue en un pub de Palma que me llamaron «puto maricón». Otra vez, en una discoteca de Magaluf, un joven de unos 20 años me dijo «no me toques que la gente como tu me da asco». Me sorprendió que un chico tan joven pensara así», cuenta.

En el trabajo, Yasmin todavía mantiene su feminidad apartada en algunos momentos: «Hay lugares donde conduzco con ropa de mujer, pero sin peluca ni maquillaje». Yasmin lleva en la muñeca derecha una pulsera de la bandera transexual, porque explica que en ese colectivo también hay espacio para los travestis.

«Animo a todos los hombres que se sientan travestis a que den el paso. Porque estar encerrado, como lo estuve yo, es lo peor. Sacar el lado más femenino es lo más precioso que me ha pasado nunca».