Los diputados de Vox María José Verdú, Gabriel Le Senne y Manuela Cañadas. | Jaume Morey - Jaume Morey

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Cada uno se suicida como quiere, pero el espectáculo de Vox de este jueves, al menos por lo que se refiere a Balears, ha sido digno de entrar en los anales políticos del estrambote estratégico. La rueda de prensa de Santiago Abascal fue la escenografía de una disolución, rendición y entrega de armas al mismo tiempo, pero además sin que nadie se lo pidiera. Ha sido un harakiri voluntario – voluntario como el plan piloto de lengua en las aulas–, pero ejecutado con mucho más tino y acierto que el de Antoni Vera.
El suicidio de Vox ha sido tal éxito que su plan desestabilizador es desde este mismo momento un fracaso. Por ahora conservan su ejército en el Consell de Mallorca –ya veremos hasta cuándo–, pero a partir de aquí comienzan a contarse las bajas en una derrota pírrica en su sentido más literal. Fulgencio Coll, hombre ducho en batallas, entenderá la expresión.

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Perderán la Presidencia del Parlament en breve y Gabriel Le Senne habrá sido finalmente apeado por los suyos, qué paradoja, tras fallar en el intento los críticos; perderán la Oficina Lingüística, que ya no se aprobará; perderán la posibilidad de que no se exija el catalán a los funcionarios; perderán la batalla contra el catalán. Lo perderán todo y además no se sabe que ganarán.

¿Ganarán cuando voten en contra de medidas que han pactado con Marga Prohens?; ¿ganarán cuando desestabilicen a Prohens votando con Més para impedir que se apruebe la legalización de    viviendas ilegales, la supresión de la Comissió de Medi Ambient o la ampliación de las posibilidades de construir en rústico?; ¿ganarán cuando voten con Podemos en contra de la ley de vivienda y sus medidas antiokupación? Vox pierde mucho y no gana nada; por eso muchos de los suyos no entienden a qué ha venido semejante aspaviento de dignidad. Bueno, no es exacto que no ganen nada porque ya lo dijo Patricia de la Heras:Vox elige el honor. Todo lo anterior es irrelevante.