Máximo vive en este sofá que alguien tiró a la basura bajo un techado de Calvià

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Ocho años viviendo en la calle y media vida sufriendo las consecuencias de caer en la drogadicción. Ése podría ser un vago resumen de la historia de Máximo, un mallorquín de 53 años que vive en un sofá desde hace tres meses. Este vecino de Sa Porrassa, en Calvià, padece VIH en una fase muy avanzada y sufre una cirrosis hepática que le provoca una dolorosa retención de líquidos que debe ser tratada cada pocos días. «Al menos una vez por semana la ambulancia viene y le recoge para llevarle al Hospital de Son Espases», explica su hermana. Pide ayuda en su nombre. Su hermano apenas puede hablar.

«Está muy enfermo, muy deteriorado; el hígado ya no le funciona ni los riñones tampoco; el bazo, el corazón y los pulmones le mantienen vivo. Me ocupo de cuidarle todos los días, él no tiene a nadie más y yo no puedo llevármelo a casa, no tengo, estoy también de acogida, si no también viviría en la calle».

Máximo vivía en una caja de cartón hasta que encontró el sofá tirado en la calle

Ambos viven en la zona calvianera de S'Olivera, en Magaluf. Máximo encontró el sofá en la calle y lo colocó entre medias de los pasillos de uno de los techados de la zona, que albergan pisos y establecimientos turísticos. «Lleva tres meses así pero antes estaba peor, vivió dos meses en la caja de cartón de una nevera. Vi a un señor tirarla, la cogí y se la llevé a mi hermano, al menos se protegió un poco hasta que encontró el sofá en el que está ahora», narra Pilar.

Según su testimonio, ha intentado buscar alguna alternativa en el Ajuntament de Calvià. «Fui a hablar con el alcalde, le pedí una vivienda para estar con mi hermano hasta que fallezca, luego yo entregaré la vivienda, de verdad, no la quiero para mí», pide compungida.

Se les ofreció la opción de Ca l'Ardíaca, uno de los centros municipales que acoge personas sin techo, pero Pilar no lo considera buena opción. «No puede estar allí, hay drogadictos en activo y él ha sido toxicómano toda la vida, allí le dan el desayuno y lo mandan a la calle, comen y a la calle, y a dormir y otra vez en la calle, al final pasas todo el día fuera, vuelven borrachos y drogados. Prefirió volver a la calle», cuenta la hermana.

Pilar dice que a su hermano le queda muy poco tiempo de vida y que les es imposible encontrar una vivienda con los precios actuales: «Le doy lo poco que tengo pero es que es no hay forma de acceder a un piso para los dos, cobro unos 500 € del ingreso mínimo vital y mi hermano una pensión contributiva de otros 500 €. Con 1.000 €, así como están las cosas, no es viable».

A causa de sus problemas con la drogadicción, la familia que le quedaba, exceptuando a su hermana Pilar, se alejó de él. «Le acompañé durante el problema de la droga y también ahora, está realmente muy mal, con muchos dolores, apenas puede andar, tendría que estar en una cama tranquilo, necesita estar bajo techo y tranquilo en una casa, hasta que llegue su hora», expresa con tristeza.

Recibe atención sanitaria intermitente cuando las consecuencias de la cirrosis, aparecen, sobre todo con la retención de líquidos en su abdomen (ascitis), además de ictericia, hemorragias internas o desnutrición. «Vienen aquí si no se complica antes porque claro, por su estado, lo acaban ingresando entre dos y tres veces cada mes. En cualquier momento, se muere, y se morirá en la calle y el alcalde entonces me escuchará. No puedo entender como hay pisos vacíos, pisos hechos sin entregar, y mi hermano así», cuenta enfadada.

Sufre muchos dolores y un grave problema de retención de líquidos.

Un historial familiar delicado

Pilar, su hermana, tampoco se encuentra en la mejor de las situaciones. Con 57 años está en acogida en casa de una amiga. «Tuve cuatro hijos, dos me los quitaron los servicios sociales por inestabilidad económica y laboral, además de un intento de suicidio; el padre estaba en la cárcel». Desde la administración decidieron que el mejor lugar para los dos niños más pequeños era la adopción a otra familia. «Me enteré hace poco que fue una familiar quien me denunció y me pidió perdón porque, a pesar de estar depresiva y en muy mal momento cuando me corté las venas, trabajaba y cuidaba de mis hijos», argumenta. Sus dos hijas son ahora mayores y según su testimonio «son muy felices». Ellas y su nieto son su vida; aunque el corazón se le encoge todos los días cuando baja a ver a su hermano.