Xavier Melloni es antropólogo, miembro de Cristianisme i Justícia y profesor en la Facultat de Teologia de Catalunya y en el Institut de Teologia Fonamental de Sant Cugat.

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El jesuita Xavier Melloni (Barcelona, 1962) ofrece este lunes a las 19.00 horas en el Col·legi Sant Francesc la conferencia La fuerza transformadora del silencio. Melloni es antropólogo y teólogo. Con un amplio conocimiento de los textos de las diversas religiones, es miembro de Cristianisme i Justícia y profesor en la Facultat de Teologia de Catalunya y en el Institut de Teologia Fonamental de Sant Cugat.

¿Cuál es su visión del silencio?
—El silencio es un bien necesario. Nunca antes habíamos recibido tantos inputs visuales y auditivos. A través del silencio, ponemos distancia entre nosotros y las cosas que vivimos. Sin silencio, sólo somos reacciones no libres a la cantidad de estímulos que recibimos. El silencio es un espacio de libertad y lucidez. La reacción no es libre, la respuesta sí lo es.

¿Y cómo podemos llegar a ese silencio?
—Hay vías meditativas, más o menos reguladas y pautadas, pero también las hay más espontáneas, como contemplar el mar o entrar en contacto con la naturaleza en un campo o en un bosque. Dedicaría una media hora diaria al silencio, tanto por la mañana como por la noche. Que sea un tiempo significativo en el que nos hacemos una ofrenda a nosotros mismos y damos gracias por lo vivido durante la jornada. Todo ello le da al día una gran calidad y nos vincula con la vida, lejos de problemas y conflictos, y de un ritmo de vida que es insostenible y en el que todo el mundo está saturado. El silencio no es mutismo, que sería el secuestro de la palabra. El silencio es la posibilidad de la palabra.

Un reencuentro con el yo, pero sin llegar al egoísmo.
—El ego es nuestro yo capturado por nosotros mismos. El silencio produce la disolución del ego. El silencio no es una evasión, sino un lugar de lucidez. La persona silenciosa es lúcida.

Supongo que no a todo el mundo le gusta ese reencuentro con el yo. Al contrario, huye de él. No les gusta encontrarse a solas consigo mismo.
—A veces, el silencio no es grato. Diría que puede haber una zona de turbulencias, pero debajo está la calma. Hay que tener las herramientas para llegar a esa calma. Cuando llegamos a la calma y estamos de verdad con nosotros mismos, no hay que preocuparse: no estamos solos.

¿En qué espacios podemos encontrar espacios de silencio?
—En una iglesia, en la naturaleza, en cualquier espacio que nos reconforte. El silencio no es tanto la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego. En la naturaleza podemos escuchar los pájaros o el viento, pero es un sonido amable, que nos acompaña, ausente de ego. Tengo muy claro que, en la sociedad del futuro, en muchos hogares habrá una sala o un espacio de meditación como valor emergente. E igual que se habilitan refugios climáticos, tendría que haber refugios de silencio por ser necesarios para la salud física y el alma.

Ahora se habla mucho de salud mental.
—Sí, se habla de salud mental no porque sea una moda, sino porque es una alarma. Asistimos a una revolución tecnológica, pero es necesaria la revolución psicológica para comprender qué es lo que nos pasa y hacer las cosas con conciencia. Sin conciencia, todas esas cosas son banalidades, distracciones que nos llevan a la dispersión. Las generaciones anteriores estaban marcadas por la culpabilidad. Las actuales no la soportan.

La observación de las guerras y de la política no invitan al silencio.
—Las guerras nos pueden hacer ver qué es lo que no queremos que nos pase y de la política podemos decir que el hecho de que haya representantes del pueblo en un hemiciclo es un progreso mayor del que parece. Sin embargo, si lo que hacen los políticos no nos gusta, tenemos que pensar que son un reflejo de nosotros mismos.