No todas las víctimas de una agresión sexual reaccionan del mismo modo. | Freepik

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Lamentablemente, las agresiones sexuales son uno de los grandes males que sufre la sociedad y, pese al paso de los años, no ha sido posible erradicarlas. Estos días están muy de actualidad ya que la actriz Elisa Mouliaá ha denunciado a Íñigo Errejón por acoso sexual. El político ha dimitido como portavoz de Sumar, pero la víctima también está recibiendo numerosas críticas por el comportamiento que tuvo, especialmente por haber ido a la casa de Errejón, pese a que éste ya se había sobrepasado. Sin embargo, los expertos sostienen que no todas las personas tienen el mismo comportamiento ante una agresión sexual.

«No todas las víctimas son ideales, la mayoría no cumplen los estereotipos», asegura la psicóloga y sexóloga Susana Ivorra. En este sentido, explica que se pueden englobar en cuatro modos de actuación. «Tradicionalmente se habla de dos sistemas de afrontamiento ante una situación de peligro: lucha o huida (fight o flight en inglés). Sin embargo, sabemos que existen otros de los que no se habla y que curiosamente se dan a menudo».

En este punto, detalla que «uno es la parálisis (freeze). Te bloqueas, el shock impide que movilices tus recursos. Puede que tengas mucho temperamento y que seas muy vehemente y enérgica en otras situaciones, pero ante una situación de acoso sexual te paralizas. Incluso te disocias, como si salieras de tu cuerpo y te convirtieras en un mero espectador de lo que sucede, para que así todo pase más rápido y lo sufras menos».

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El cuarto mecanismo de afrontamiento es «la adulación (fawn), que son esas risas incómodas, esas respuestas evasivas que buscan llevar el foco de atención a otro lado sin violentar con un rechazo evidente a la persona que te está incomodando».

Relaciones abusivas

La prestigiosa psicóloga y sexóloga expone que más allá de la respuesta ante un caso de acoso sexual «está la valoración de las consecuencias, especialmente cuando la relación con el agresor es asimétrica; es decir, cuando uno tiene una posición de poder, tiene un estatus». En su opinión, «hay que ser muy ingenuo para pensar que tienen las mismas probabilidades de ser creídos el agresor y la víctima, cuando el agresor goza de cierto estatus. Por eso, las relaciones abusivas se dan con una frecuencia aplastante de superiores a subordinados y no a la inversa. Para que pueda haber esa equidad en la credibilidad, la víctima debe ser perfecta, ideal, en definitiva, una ficción».

Ivorra advierte que «hay muchas mujeres todavía que hemos crecido con el 'calladita estás más guapa', con la complacencia, con el miedo a herir el ego ajeno. Nadie se sacude toda esa programación psicológica rápidamente, ni porque hayas leído sobre feminismo ni porque seas feminista».

Aunque señala que «hace mucho que se ha abandonado el mito de que hay un perfil único de víctima, todavía lo tenemos grabado. Nos cuesta creer que una persona con valores como los que exponía Errejón u otros parecidos ejerciera esa violencia sin provocación o sin consentimiento; y ahí ponemos el foco en la víctima. Sin embargo las personas que utilizan su poder para someter o dominar a otras no lo hacen porque hayan interpretado mal las señales, porque fueran provocados, porque creyeran que les estaba permitido y era deseado. Lo hacen porque pueden. De ahí, emana la satisfacción. Y eso nada tiene que ver con prácticas sexuales de dominación y sumisión en las que, además de consentido, ese encuentro es deseado por ambas partes».