El profesor de Pedagogía Aplicada y Psicología Evolutiva de la UIB, César Llorente. | Jaume Morey

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César Llorente está especializado en la gamificación: usar elementos de los juegos para facilitar el aprendizaje de cualquier cosa. El emprendedor y profesor de Pedagogía Aplicada y Psicología Evolutiva en la UIB presenta libro el lunes a las 19 horas en Can Tàpera: Gamyfood. En la mesa... ¡sí se juega!

Es una guía alternativa al ‘No te levantas de la mesa hasta que te lo hayas comido todo’. ¿Cómo el juego puede ser una ayuda?
—Hay una creencia irracional de que no se puede jugar en la mesa, y ese es el verdadero monstruo. Muchos incluso se sienten culpables por hacerlo, pero lo que nos diferencia como especie es que aprendemos más jugando. Y si el juego es una herramienta esencial para aprender, ¿por qué excluirla de la comida? Gamificar el momento de la comida no implica disfrazarse de payaso, se trata de coger ciertos elementos del juego para hacer ese momento más atractivo para el niño.

El libro es muy intuitivo.
—Lo he ideado para personas de un país donde la conciliación es casi nula y donde los padres y madres son héroes que pese a todo sacan sus familias adelante. Por eso, dar pautas, recetas y consejos les puede ser de utilidad. Además, soy un gran defensor de aprovechar la mesa para relacionarnos y no solo comer. Es un lugar de socialización que hemos relegado a los móviles.

¿Cómo hacer más atractivas las verduras?
—Transformándolas en algo que no sean verduras. ¿Les gusta explorar? Pues que sean naves especiales. ¿Les gusta socializar? Pues serán un micrófono para hablar de tal o cual cosa. Si le gusta desarrollar habilidades, pues hacemos que al comerlas tengan que hacer algo concreto. En caso de que sea un niño de los que si no le convences no lo hace le tienes que dar un juego de rol donde participe el resto de la familia. En el libro damos recetas hechas y otras pautas para elaborar juegos propios.

Ponga un ejemplo.
—Las han escrito muchos de mis alumnos, que están frescos y no están mediatizados por teorías. Dan ideas muy creativas, como la siguiente: cada día, de lunes a viernes, el que termine el plato obtiene una frase. La suma diaria te dirá qué es lo que tendrás que hacer el fin de semana, pero eso solo lo sabrás si se lo comen todo. Este elemento tan simple ya lo hace diferente para el niño.

Su propuesta está enfocada para menores de hasta los 7 años, pero ¿podría extenderse?
—Los juegos de rol pueden hacerse con niños más mayores. Es un mundo por explorar porque hay gente que hacer platos de comida muy artísticos, pero no introducen la gamificación. Y todo se puede gamificar, incluso la vida en pareja.

¿Qué evidencia el juego?
—En el momento de comer ya te dan muchas referencias sobre en qué son hábiles y cómo son. Investigo cómo a través del juego podemos saber qué podrían estudiar, especialmente entre alumnos de 3 y 4 de ESO y de 2 de Bachillerato. Hay una máxima: dime a qué jugabas y te diré a qué te dedicarás. Algunos son muy imaginativos y eso les facilita las cosas en oficios de letras. Es un desastre que solo sepamos qué hacemos mal. No sabemos muy bien en qué somos    bueno y construimos una sociedad sobre nuestras debilidades.